Cuando era niña sentía que los años eran muy largos. Tenía un pizarrón en el que todos los días anotaba la fecha. Ese hábito se convirtió para mí en una forma de detener el tiempo o de querer hacerlo avanzar. Algo así como una máquina del tiempo que se prendía cuando salía el sol y que se apagaba cuando llegaba la noche. Fue en 1995 cuando sentí que ya había escrito demasiadas veces el día, el mes y el año y deje de hacerlo. No sé por qué. Creo que sentí que amanecer y anochecer era sombras de mundos con lenguajes distintos que me asustaban porque cuando dormía sentía que todo era muy provisional y cuando despertaba sentía que todo era muy definitivo. Ahora esa dicotomía se ha desdibujado. Ya no me parece tan absoluta porque siempre tengo ojeras y cosas que empezar y cosas que finalizar. Como si nada se acabara nunca. Y vuelvo a tener la necesidad de anotar las fechas aunque ahora por una razón que todavía no entiendo. La sensación es parecida a encontrarse una foto en un álbum personal e ignorar quién la tomo o cómo fue a dar ahí. El futuro es un raro desvelo.
Futuro por Gabriela Cano
¡Échale un ojo también!
No sé si acabé la semana o la semana acabó conmigo, le digo a la señora Benita después del trabajo. Ando bien cansado, le…
La manifestación se extiende por las calles. Es esa efervescencia la que te hace seguir a un grupo que, al unísono, grita protestas. Ese…
Ya viene, ya está aquí, la gran oposición al gobierno morenista. Llegó este 20 de enero y viene con todo. Ellos se dicen preparados,…
II El martes me sabe amargo y derrotero. El mayordomo me dice: «Oh, son buena marca esas tijeras, a ver, y ya no están…