Gilberto, el caballero por Joan Carel

Cortesía FIC

Esta es la historia de un caballero del Caribe, amante del bolero y la salsa, de garbo, figura y voz.

Gilberto Santa Rosa nació en Carolina, Puerto Rico, en 1962, década en que la salsa, de origen cubano, comenzaba a consolidarse como un género musical. Según él mismo contó, con su fresca y elegante guayabera blanca por la mañana, fue a los seis años cuando, a causa de un desamor inocente, comenzó a aprender y cantar boleros.

Cortesía FIC

Con su caminar mesurado, su enorme sonrisa y un corazón maduro, respetuoso y alegre, relató cómo, a los catorce años, recibió la oportunidad de cantar junto a sus grandes ídolos en su isla natal. Fue hasta 1980 cuando se convirtió en un cantante solista.

El título de “caballero” lo ganó a causa de su pasión por la balada, el bolero y el son profundamente arraigados en su música. En su letras, nunca faltan las experiencias nostálgicas sobre el amor. Eso, más todas las influencias de la música caribeña mezcladas con sabor sobre una base cubana (y quizá también un poco de su formación actoral en la interpretación), lo distinguió de las otras propuestas salseras donde, habitualmente, imperaba un erotismo explícito. 

Gilberto Santa Rosa ha ganado siete veces el Grammy Latino; cuenta con más de cuarenta años de trayectoria, mismos que son el motivo para su Camínalo Tour y su visita al Festival Internacional Cervantino. 

La noche está lista con un viento reconfortante luego de días de intenso frío. Los bailarines empíricos y los profesionales también, pues aguardaron desde muchas horas antes el gran encuentro. El escenario resplandece con un azul eléctrico y lo mismo ocurre en toda la plaza y los jardines inundados de algarabía al otro lado de la calle. Los músicos están dispuestos con sus trajes en colores negro y dorado llenos de un candor elegante. Entonces aparece Gilberto, cual ícono de la salsa, enfundado con un saco gris a cuadros, sus gafas de señor y el micrófono que sostiene tan naturalmente como si fuera una extensión de su mano.

Las reacciones entre la audiencia son suspiros de emoción y remembranza, felicidad verdadera y rítmico goce. Muchos esperaron por meses esta cita, incluso años, y los que no, al escuchar su voz, descubren que también lo anhelaban, pues es imposible ser latinoamericano sin haber escuchado alguna vez una canción de Gilberto; es imposible, aún sin conocerlo, no responder al impulso instantáneo de bailar y cantar, aunque sea el coro.

El timbal marcó el pulso y “Amor mío, no te vayas” fue la canción elegida para arrancar, seguida por “Conciencia” y “Cartas sobre la mesa”. Todos, en el reducido espacio, bailaron aunque fuera meneando los hombros, la cabeza o un pie. El caballero, entusiasta, bromeó y compartió con el público anécdotas de su infancia para dedicar los siguientes minutos a tres baladas: “Necesito un bolero”, “Un amor para la historia”, “Mentira”. El evento era un festejo  jubiloso, pero uno que otro no pudo contener las lágrimas al entonar a coro: “yo sí creo que mal nos podría caer olvidarnos que aún este amor puede ser; […] mentira, que el amor se nos fue de la piel, […] que el adiós es volver a nacer, […] que tus ojos se olvidan, que la fe es como un barco tirado en la orilla, juro que es mentira”.

Las trompetas sonaron con todo aliento y “Un montón de estrellas” llovieron sobre el escenario y sobre las caderas danzarinas en el recinto. “Si te dijeron” y “Sombra loca” fueron las siguientes en el repertorio. Luego, “Almas gemelas” fue dedicada a los que aman y son correspondidos, quienes no dudaron en abrazarse y besarse tiernamente al compás de la música.  “For sale” y “Suma y resta”, canciones con influencia de la música urbana hechas en colaboración con cantantes jóvenes, llenaron de humor el espectáculo mediante la práctica de la improvisación entre el cantante y uno de sus músicos. “Vivir sin ella” y “Perdóname” dieron continuidad a la fiesta y, con la entrada de “Conteo regresivo”, la plaza entera cantó y bailó satisfecha. 

Antes de llegar al desenlace y habiendo dado ya muestra de sus habilidades con los instrumentos, el salsero organizó la despedida: “voy a cantar una última canción y luego voy a hacer como que me voy; entonces ustedes piden otra, yo regreso, cantamos otra, de nuevo hago como que me voy y ahora sí me voy”. Todos rieron y aceptaron el convenio.

“Que alguien me diga” fue la encargada de cerrar el concierto y la adecuada (a pesar de que faltaron muchas otras solicitudes), pues la emotividad de su letra permitió experimentar la esencia tan comentada de “el caballero de la salsa”: un corazón roto y el mal de amor. Los ojos y los oídos se mantuvieron atentos y más de uno se adueñó con rostro conmovido de los versos: “busco alguien que me quiera por siempre, que me acepte en realidad como soy, ese alguien que me dé su cariño, la [el] que sea, venga a mí, por favor”. 

Finalmente, el regreso de la despedida simulada ocurrió con “Qué manera de quererte”, mientras Gilberto hacía gala de un baile espontáneo, creativo y con una cadencia tranquila. Sobre y debajo del escenario, todos estaban felices y mucho influyó en ello, además de los excelentes músicos masculinos, el talento extraordinario de dos mujeres puertorriqueñas y una colombiana: Yadira Torres (voz), Rebeca Zambrana (trompeta) y Lucero Bolaños (timbal). “El caballero de la salsa” reconoce y agradece la fortuna de contar con ellas, así como proclama estar contento por la presencia femenina cada vez mayor en un género que, por más de cincuenta décadas, ha sido dominado por hombres.

Esta noche con Gilberto fue deliciosa y memorable. Solo faltó una cosa para que fuera perfecta: la presencia de ese ser a quien evocaba el pensamiento con cada pieza; una pareja de baile con quien compartir la vida, la música y el amor.

Cortesía FIC

Gilberto Santa Rosa
Camínalo Tour
22 de octubre de 2022
Los Pastitos

Fotografía: Juan Manuel Sánchez (cortesía FIC)

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