Hasta los huesos por Gabriela Cano

Mi Abue me contó sobre un señor que tenía miedo a morir. Su funeral fue terrible porque su ataúd no cabía en el terreno que sería su tumba. Me niego a creer que no hay una relación entre ambos acontecimientos. Alguien escribe <Mi pregunta latente, constante es qué pasa con esas personas que no quieren morir. Parece que todxs lo resumen como una ley de la vida. Pero si una/a no quiere, qué se hace[1]>. Creí que podía responder que no caber en nuestras ropas o cajas mortuorias sería suficiente pero no lo es: eventualmente lograrían hacernos caber en el fondo de la tierra o reducirnos a nuestras propias cenizas. Mi abuelo dice que no se debe hablar de cosas tristes como la muerte, especialmente, cuando es propia. Sólo dice que quiere quedarse en la tierra en qué nació junto a su padre o lo que queda de él. Mi abuela, por el contrario, desea no quedarse en una Iglesia ni compartir el sepulcro (más que con mi abuelo) y una capillita no cerrada. Dice que es porque no le gusta estar encerrada. Imagino que nos apegamos a la idea de que cumplimos una ley pero también creo que la celebramos. En el funeral de una amiga hubo banda de viento. Llorábamos mientras sonaba alguna melodía de la Arrolladora. Varios días no podía dejar de pensar en eso y no podía ver Bandamax hasta que pensé que quizá a través de los rituales ese <no querer morir> se nos convierte en un <morir como> y a veces se parece a un baile, a una reunión familiar o a una ida al templo.

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[1] Palabras de Romina Cazón para/por quién escribí este texto.

 

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