Estaba preso,
encerrado en una jaula
de tubos y mangueras,
condenado al aire tecnológico
de la vida que no puede avanzar.
Condenado a los sueños cortos,
a la eternidad del silencio
interrumpido por un tintineo constante.
Condenado a las alas partidas,
como su futuro,
como su corazón.
Recuerdo cuando dejó de cantar,
había pasado días felices,
jugando y cantando
dentro de su prisión.
Lo recuerdo ponerse triste,
solitario,
olvidando el alpiste y el agua.
Pronto quedó mudo.
Lo recuerdo tocando
con su pico notas cortas
para pasar a una larga
y después dejar de tocar.
Lo recuerdo
en el horizonte de una cama de hospital,
desapareciendo,
un poco más cada día.
Hasta que una tarde
por fin se fue.
Como los hacen todas las aves,
nunca más volvió.