Y por fin llegó aquel momento, quizás corto, quizás perene, aquel momento de eternidad latente que llevaba en las venas. “El momento de hablar con el barro que había esperado desde siempre”. Debía comprender la expresión de sus entrañas, aquello que con toda sencillez y humildad seguía siendo una de las partes más importantes en la historia de la humanidad.
Lo observé por minutos. Yacía en el suelo quieto, enigmático, sudoroso y, caí de rodillas ante él. Nos quedamos los dos en éxtasis queriéndonos decir tantas cosas que decidí acariciarlo. Muy pronto su alma comenzó a cantar, su música penetró en mi alma y mis manos danzaron sin parar según el ritmo y letra que él me dictaba.
Y con el cantar de su alma y el bailar de mis manos aparecieron las veredas por las que ya, en otras vidas había transitado, las almas que forjaron futuros, los sueños que llegaron al cielo de todos los cielos. Escaleras interminables con peldaños que me llevaban hasta allá, hasta muy alto; donde el horizonte se veía frente a frente y la realidad se distinguía tan pequeña que cabía entre mis manos. Lagos que se formaron con lágrimas en el ir y venir de mis emociones, chamanes que trazaban caminos, guiando a millares de seres que marcaban sus huellas y sembraban ilusiones que fecundarían con la fuerza de su alma.
En la caricia del barro encontré mi semilla, la huella de vida descalza e indomable impresa en mis genes desde siempre y por todos los tiempos. Descalza, siempre descalza, como descalza es la Tierra, como descalza está mi alma… como descalza llega la vida.
Soy el resultado de uno de los millones de migrantes que buscaron otro cuerpo para ser fecundado en un lugar cálido y germinar como ser humano para posteriormente poblar al mundo entero.
Ahora sé que soy de él en ella. Tierra, siempre Tierra. Soy vida, grito, sangre, alegría, sueño, sudor, polvo, anhelo, destierro, soy la muerte, soy sendero, soy semilla y en barro me he convertido por milenios. Soy huella estelar de mis propias huellas. Soy presente y soy ancestro.