II. Riot por Luz Atenas Méndez Mendoza

“¿A qué se debe que quiera decirte eso, mas no pueda?”, alzó la mirada en el mismo instante en el cual observaba por la ventanilla de copiloto. Nunca había gustado de viajar en los asientos traseros, aún pese a ser el pasajero, el empleador o el compañero, además de que no podía: sufría mareos cada vez que iba atrás. Tal vez era una vieja secuela de la infancia, de algo que le incomodaba… Pero no deseaba pensar en ello.

 

“Tal vez evito decírtelo porque sé que harás caso omiso a ello; no está en tu naturaleza escuchar mis palabras, mucho menos interpretar las razones ocultas tras ellas: eres más una persona que decida seguir la corriente, a mi lado o no, sin complicarte la existencia”, se mordió el labio inferior, recargando la barbilla sobre el dorso de la mano al mismo tiempo. Su codo reposaba en el límite de la ventanilla y la puerta del automóvil. Era un viejo hábito, mal visto por muchos, pero reflejaba su desinterés en lo que estaba sucediendo fuera de su cabeza.

 

“Por eso dicen que algunas personas pensamos de más las cosas: las analizamos, a veces mal, a veces a conveniencia, a veces poco… Pero lo hacemos. No somos diferentes en ello, solamente se nos presentan distintas alternativas conforme tenemos algo de experiencia en lo sucedido, en lo pensado: ¿cómo podría haber sabido que no era inevitable? ¿Cómo pude haber pensado que por mucho decirlo, por mucho intentarlo, te perdería de igual manera? No era nada seguro.”

 

El gran enrejado se abrió frente al automóvil. La casa que había querido olvidar estaba ahí, eternamente imponente, como si se tratara de un mal sueño. Dentro de sí, habría deseado jamás volver, pero ahora era importante tomar en cuenta algunas cosas necesarias para el futuro: resolvería lo de L., los planes a futuro de su madre y las cuentas pendientes de su padre. Si algo le había enseñado E., más allá de la locura del amor y la pérdida de éste, era que no se pueden eliminar ciertas cosas por completo, por mucho que uno se aleje de ello y espere así olvidarlo.

 

Todo, tarde o temprano, te alcanza. Hubiera deseado que fuera más tarde o nunca, pero ya estaba ahí, donde siempre había existido, sin otro lugar al cual ir.

Historia Anterior

Es bueno estar aquí por Ivonne García Lemus

Siguiente Historia

Gélida roca protectora por M. Ragui