Se encontraba de brazos cruzados, de pie, observando al hombre que hablaba frente a ella como si fuera un mal portador de noticias. De haber sido hijo de Hermes, seguramente ya le habrían desheredado; su tono de voz era plano, sin cambio alguno, y denotaba que no le interesaba en lo más mínimo lo que estaba revelando a los presentes.
—El acuerdo fue— finalmente dijo el hombre, luego de tomar aire profundamente —que la relación laboral finalizaba una vez finadas ambas partes. Esperábamos que el sr. R. exhalara su último aliento hace mucho tiempo. Nos sorprende que haya pasado el tiempo estimado de vida.
Su madre, sentada en un sillón que se encontraba a su lado, no podía contener las lágrimas. Muy dentro de ella, sabía que su madre finalmente se había enamorado de su padre, pese a ser la escoria que había sido. Eso no importaba ya; dio dos pasos hacia el hombre, quien parecía no necesitar acomodar su traje nunca, y entrecerró los ojos.
—Siendo eso todo, le agradezco, pero considero pertinente y necesario que se retire de inmediato— dijo, asintiendo en acto seguido —; tengo entendido que no hay deudas qué saldar, así que espero no volver a verlo.
El hombre asintió, giró su cuerpo levemente hacia donde se encontraba la madre e hizo una nimia reverencia; el abogado de su padre tomó la mano de su madre y la apretó con fuerza mientras el hombre en traje salía de la estancia.
—Necesitaremos hacer los arreglos lo más pronto posible. La señorita heredará todo una vez usted también haya fallecido— dijo el abogado, mirando a la madre —, de acuerdo a la última petición de su esposo, madame.
—¿Por qué? ¿Por qué a ella y no a…a…?— su madre no pudo más y siguió llorando.
Muy dentro de sí, sabía que nunca había pedido esto. Si L. estuviera en contacto con alguno de sus familiares, seguramente habría rechazado el acuerdo también, pero veía el lado positivo: podía guardar aquello mientras lo encontraba. “Nunca fue tu culpa, y lo sé. Todo fue un negocio que salió mal. Si tan solo Padre no hubiera pensado que sería sencillo”.