—¿Y está acabado? —preguntó don Quijote.
—¿Cómo puede estar acabado? —respondió—, si aún no está terminada mi vida.
Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes Saavedra.
I.-
¿Y esta terrible melancolía? Es un pretexto para que la belleza exista.
Recuerdo la fragilidad de sus manos sobre mi cuerpo, los ojos azules distraídos en un beso apresurado, adolescente. Y al terminar el beso, con sus labios ya lejos de los míos, la devastación de un momento perfecto que se esfuma. No duele que él se vaya. Es la sensación lo que ya jamás será porque ya no serán las mismas bocas ni los mismos cuerpos. Porque esa belleza inefable se escurre como una gotita de rocío sobre la flor en plena aurora. Pero, ¿y su mirada sobre ti? Esa sí es inamovible porque el tiempo no la borra. Anda caminando conmigo, pegada en mi piel. ¿Y el calor de su cuerpo? Lo quería poseer para siempre, pero se desprendía a cada instante: y cada instante por sí mismo se sostenía apenas de un hilo incandescente sobre el hastío de las mañanas hermosísimas.
Las horas de los días pasaban y en las tardes, bajo la luz rojiza, desfallecíamos ante la muerte de un páramo: el desierto fundido con el agua que nos despedía cada noche y, cada noche, ¡ay, cuánta belleza! Cada noche yo esperaba despertar de mi tristeza. ¿Y esa tristeza, de dónde venía? De la belleza infinita que todas las noches moría para que naciera una nueva. Una nueva belleza, llena de oscuridad y de silencio. Esa belleza tormentosa que no se iba y, sin embargo, se desvanecía a cada instante. El cielo iluminado con la luna, vestido con mil estrellas y allá en la oscuridad sobre el lago divino: todas las razones de mi ingrata desdicha. ¿Y sus ojos azules? Infinitos. Llenos de dolor incomprendido, dolor de mil generaciones, de azules perennes. ¿Y las fotografías de nuestros viajes maravillosos? Mentiras. Los momentos de gozo puro no pueden capturarse. La sonrisa que salía en su rostro cuando jugueteaba con su cuerpo, cuando hacíamos bailar a nuestras sombras; esa sonrisa no está en las fotografías. Esas fotos morirán con el tiempo y el olvido. Serán como las cosas que encontramos entre los libros viejos de una librería del centro: recuerdos ajenos de personas desconocidas. Alguien, algún día las verá con cierto asombro: ¡Ah, mira, qué tiempos aquellos! ¿Y esta terrible melancolía? Es un pretexto para que la belleza exista.
II.-
Así de hermoso y terrible es el presente. ¿Cómo puedes decir eso si me has explicado que no hay presente? El momento en que sus labios terminan ese beso, ese beso ya es pasado y nunca será el mismo beso ni los mismos labios. Así de hermoso y terrible es el presente.
III.-
Esta es la pura y bella melancolía. ¿Y todo el amor que se tuvieron? Sigue intacto en la memoria de los dos. ¿Y el juguetito de madera que pertenecía a su abuelo y te regaló? Impermanente como el placer que se deshace. ¿Y las risas y las carcajadas llenas de complicidad? Esas sí son para siempre. ¿Y el jardín que construyeron? Impermanente y precioso como el brillo de tus ojos. ¿Y la noche etérea en la que el amor reinaba? Esa es la pura y bella melancolía.
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