Nadie nos ha enseñado cómo comportarnos al usar las redes sociales. Aún no hay un manual establecido que nos diga las maneras de mantener el hilo de una conversación, cuándo utilizar emoticones, cuándo está permitido el mentado “visto” o cómo lidiar con alguien que te eliminó de su lista de amigos. Conforme pasan los años, las redes sociales se reinventan y actualizan; las formas de comunicación de la era digital son terrenos vírgenes todavía para muchos de los que las abordamos no sólo como herramienta, sino como una parte vital de nuestros días.
Todo este remolino social ha generado nuevas áreas del conocimiento, por ejemplo, hace diez o quince años era imposible concebir el branding o el community management como profesiones, mucho menos, creer que elaborar copy´s o estar en contacto con la gente que sigue a tu marca era una manera eficiente de hacerla crecer. De ahí que en menos de un año, Instagram, Whatsapp y Messenger implementaran dinámicas similares a las que se acostumbraban en Snapchat. Día con día surgen aplicaciones con la finalidad de facilitar nuestra experiencia ante nuestros teléfonos inteligentes; desde apps para entretenimiento, edición de fotos, hasta algunas para conseguir citas o sexo casual. Y sí, probablemente para las telecomunicaciones la idea del sexo siempre estuvo inherente a su condición. Pensemos, por ejemplo, en las sex phone lines, en donde a cambio de más de 30 pesos por minuto, tendrías una plática íntima con una voz seductora, alguien con quién charlar y decirle cosas que no le contarías a nadie. Pensemos también en el sexo, y en la pornografía como uno de los contenidos más abundantes en internet. Algunas cifras imposibles de confirmar per se, mencionaban que el 37% del contenido total de internet era sexo. Dichos estudios del año 2010 han sido cuestionados, pues es imposible elaborar una internetometría eficaz. Mientras que para algunos la cifra es alarmante, para otros, no resulta nada descabellada.
Lo que sí podemos inquirir es que en al menos el 4% de las páginas de internet se hallan contenidos pornográficos, y que el 30% del tráfico total en países desarrollados proviene de páginas con contenidos sexuales.
El comportamiento en redes sociales es más ambiguo; por un lado Facebook se toma más en serio la aparición de pezones femeninos que las amenazas de asesinato, desmembramientos u otros clip virales que alenten al morbo; bajo esta comparativa es curioso comprender que, también, son los perfiles de mujeres fitness, clickbaits o gente presumiendo su vida ostentosa, los que desarrollan más contenido y tráfico de usuarios. Es decir, en redes sociales hay una bipolaridad, mientras promueve y sexualiza al cuerpo femenino generando tráfico de perfiles de ese tipo, por el otro accede a borrar todo lo que considere pornográfico (o que los que lo denuncian lo consideren).
Otras redes sociales como Twitter o Snapchat son menos agresivas en ese sentido; hay más libertad para compartir contenido sexual propio, no es complicado darle seguimiento a los tuits de alguna pornstar, o de retuitear información de aquel tipo. Lo cuál resulta catastrófico, pues es fácil encontrar imágenes usando los hashtags #Nudes, #Nude, o #Sex o #Pack. Del término “pack”, que en el argot internetiano se ha convertido en un sinónimo para nudes, debo decir poco: Cuida tu pack.
Si para las telecomunicaciones el tema del sexo es algo novedoso, para la literatura y el arte no ha sido nada nuevo; imaginemos que el sexting como lo conocemos, surge en la correspondencia, pensemos que el ser humano en su condición de voyeur, siempre ha dibujado, fotografiado y descrito su propio cuerpo y el ajeno. El moderno “send nudes” se ha vuelto un mantra digital que tiene sus pros y sus contras, por el lado sano, representa un apéndice novedoso de la sexualidad o del coqueteo, un estímulo a la distancia que puede fortalecer un vínculo afectivo entre dos personas; por el lado nocivo, no es nada nuevo que esos contenidos se filtren y propicien escándalos o dañen para la posteridad la reputación de una persona.
Nadie nos ha enseñado cómo comportarnos en redes sociales, ni nos ha enseñado a ser responsables de lo que decimos, enviamos o el contenido que compartimos. Confiarle a alguien una imagen “nude” es una decisión complicadísima, a algunos nunca se les dará eso del exhibicionismo, otros andarán como pez en el agua, pero siempre está el terror de que se propague, y en ocasiones ese riesgo es decisivo.
El término “Revenge porn” se refiere a cuando una persona, muchas veces por venganza, filtra o comparte contenido íntimo privado de una ex pareja, alguien que le cae mal, o alguien con quien quedó de pleito. Este tipo de acciones pueden dañar para siempre, lo mencioné antes, la reputación de una persona y pueden dejar secuelas emocionales.
Entonces surge la necesidad de que aprendamos a relacionarnos con personas en las que confiemos, y nos volvamos cada vez más cuidadosos en confiarles el contenido íntimo con cautela; es sano, es normal y es interesante. El cibersexo es uno de los fenómenos más extraños y más complejos, otro apéndice de la sexualidad, pero de alguna manera siempre tendremos el estigma de creer que todo contenido que publicamos, o compartirmos (aunque en privado), puede ser fácilmente extraído y compartido al mundo. En una sociedad tan vertiginosa, de un día para otro te puedes viralizar.
Peras o manzanas, si hacemos uso consciente y consensuado de nuestro derecho a dar y recibir nudes, tenemos que ser responsables en tiempo y forma de con quién y cuándo lo hacemos, de ver si estamos en el mismo canal y de si hay química y sintonía.
Compartir e intercambiar imágenes íntimas puede ser una experiencia interesante, estimulante, fogosa, si se hace con gente que te entienda, te desee y a la que le despiertes sensaciones mágicas…
Sí, sí, sí… esos aparatos llamados Smartphone son maquinitas que documentan nuestra vida, nuestro día con día, que miden nuestros contenidos y con base en ello, nos aportan ofertas o nos muestran con sus algoritmos a nuestros contactos relevantes. Piensa que en cualquier momento, si olvidas tu celular, si te asaltan, si se te pierde, si lo dejas en tu casa o en la escuela, toda esa información queda expuesta, ese libro de tu vida queda abierto y si acaso el que lo encuentra es metiche, morboso o simplemente quiere saber a quién le pertenece, tendrá acceso a toda tu información de un golpe, antes de que puedas avisarle a tus contactos o lances a los cuatro vientos el lugar más común de las redes sociales: si les hablo, no soy yo, cualquier cosa, me encuentran sólo por acá.
Dicen que quien nada debe, nada teme… pero esa frase no aplica a las nuevas formas de relacionarnos. Nuestras computadoras y nuestros celulares cargan información que puede ser valiosa para los demás, aunque no lo creamos. Así que por favor, por favorcito, por lo que más quieras, además de reflexionar con quién intimas, a quién compartes tus más privados secretos, no dejes de ponerle patrón, contraseña o bloqueo por huella digital a tu cel. Nunca se sabe la clase de conflictos que se puede ahorrar uno al hacerlo: que te llamen paranoico, que te digan que ocultas algo, que te llamen quisquilloso, no importa, siempre es mejor. Ah, y de sobra queda decirte, mi querido lector, que no está chido compartir cosas que te obsequiaron únicamente a ti. No seas patán.