Iris por Diego Armando Solis

Me acercaba a sus oídos para decirles que tú eras la única mujer que me dejó por cosas que jamás logré entender. Siempre fuimos una pareja extraña, jamás existimos. Nos acercábamos cuando estábamos ebrios y nos decíamos pendejadas en voz baja; caminábamos sin tomarnos de la mano por miedo a que las personas notarán que nos atraíamos y destruyeran todo.

Me cuesta trabajo hablar de ti porque hablar de ti es hablar de mí y me da miedo que todos piensen que soy un ególatra y dejen de hacerme caso por no hablar de otras cosas.

Un día decidí mostrarte las cosas que hago cuando me aburro de mi vida y tú te interesaste inmediatamente. Hablaste de Bukowski, de la vez que rompiste el último cigarro en una fiesta, dijiste incluso que te gustaba que yo fuera un pinche loco. Me hiciste feliz sin darte cuenta.  Me destrozaste sin darte cuenta.

La vida nos otorga caminos de los cuales nosotros tenemos que elegir por cual andar, y mientras yo me perdí en las rutas de tus curvas tú te perdiste en tu propia ideología.

Estábamos tirados en un colchón que encontramos en esa casa, abrazados y aburridos porque nuestro alrededor no era nada claro para nosotros. Decidimos no preocuparnos por nada y terminamos en esa habitación; fumábamos cigarros como si morir no nos preocupara, bebíamos de una botella de Absolut y platicábamos de nuestros sueños. Yo quería escribir para siempre y tú querías ser un alma libre en busca de la paz que nadie se atreve a encontrar.

Avanzábamos sin darnos cuenta de a dónde ir, teníamos las mismas cadenas y las mismas ganas de deshacernos de ellas. Pintábamos un futuro perfecto entre nuestros labios.

Ese era nuestro mundo.

Un mundo lleno de ideas tontas y experiencias nauseabundas. Un mundo perfecto para destruirnos. Éramos felices envueltos en ese colchón tan delgado: tu mirada perdida, mi sonrisa de dependiente. Matándonos sin darnos cuenta, abrazándonos para perdonar al tiempo en el que fuimos unos desconocidos. Tenía que besarte: eso aliviaba mis ganas de anestesiarme; me hacías tanto bien. Tus piernas me sostenían para que jamás me fuera de tu lado. Nuestras almas danzaban por encima de nosotros, felices por llegar al destino que algún día nos propusimos.

Por un momento recordé cuanto nos  había costado crear ese mundo. Al conocernos no teníamos la más mínima intención de recorrer tantas experiencias juntos, tú estabas nerviosa porque no querías que me fuera nunca de tu lado y yo estaba nervioso porque imaginé que mentías. Eras demasiado perfecta para mis sentidos; sabía que quería tenerte y que nada sería tan fácil como lo había sido en mis relaciones anteriores.
Me levanté del colchón para sentarme en una silla contigua que estaba frente a una mesa, saqué de mi pantalón una bolsa con OG Kush y un paquete de papeles Mantra sabor chocolate. Comencé a forjar un porro y volteé a verte; estabas fumando un cigarro mirando al techo. Lamí el pegamento del papel y planeaba prender el cigarro cuando lanzaste una pregunta al aire que se mezcló con el humo de tu cigarro para que yo la buscara y encontrara una manera de responderla sin arruinar el momento.

—¿Eres feliz?

Tomé mi cigarro y lo encendí, te mire fijamente mientras saboreaba el humo. Exhalé.

—Estando contigo experimento algo que jamás había sentido; creo que eso me hace bien y si la gente quiere llamarle “felicidad”, lo haré también. Sí, soy feliz –contesté.

Sonreíste y dejaste libre el humo que aprehendías.

Te inclinaste hacia la orilla de la cama, dirigiéndote hacia a mí. Tiraste tu cigarro al piso y yo lo pisé inmediatamente; estaba para apagar tus colillas, para besarte los pies, para acariciar tu espalda con mis manos frías, para besarte el cuello mientras tú te retorcías.

Recogí la botella de Absolut y tomé directamente de ella; enseguida me estiraste la mano y yo te alcancé la botella, comenzaste a beber y yo seguí fumando…

Alejaste la botella de tus labios y un chorro de vodka recorrió tu cuello hasta perderse en tu escote. Aventaste la botella al suelo y el vodka se derramó. Te incorporaste y las plantas de tus pies se mojaron bailando sobre el Absolut que había en el suelo-Música sonaba desde un microcomponente arrumbado en un rincón de la habitación y tú tratabas de encontrar el ritmo moviendo las caderas, dejándome atado a la silla. Comenzaste quitándote tu blusa blanca y después me dejaste ver tu sostén azul; tiraste la blusa al piso y se empapó inmediatamente de vodka. Te quitaste el sostén y me lo otorgaste sin mirarme a los ojos.

—Préstame tu suéter –dijiste con una voz quebradiza, como decepcionada por lo que había ocurrido.

Me quité mi suéter y lo estiré hacia ti. Tú lo tomaste y caminaste hacia la puerta y saliste del cuarto sin avisarme a donde irías. Yo me recargué en la silla y comencé a fumar de nuevo.

Comencé a pensar en ti después de mi primera exhalación. En tu mirada cansada, en tu manera de fumar, en los escritos que tenía en mi libreta hechos para ti, en nuestra relación. Imaginé que todo funcionaba bien y llegábamos al punto de casarnos y vivir por siempre juntos, conformando una familia y siendo felices hasta que nuestras vidas nos mataran.

Mi cigarro se consumió y me levanté de la silla, salí de nuestro mundo lleno de constelaciones, drogas y destrucción para buscarte. Al salir, recordé que nuestro mundo se encontraba en mi casa y, para mi sorpresa, la puerta principal de ésta estaba abierta.
Corrí hacia ella y salí a la calle a buscarte, regresé unos minutos después sin haber logrado nada y me di cuenta que en la puerta estaba pegado un post-it que decía así:

 

Me tuve que ir por mis ideales, no por mis experiencias. Lamento no poder comprender todas las pendejadas que dices. Si me quieres deja de buscarme, quédate mi blusa y el sostén aunque sea mi favorito, lo cobraré con tu suéter.


Te quiero.

Iris.

Terminé de leer y caminé hacia nuestro antiguo mundo que era mi habitación, tomé la botella de Absolut y la aventé contra la pared, ésta chocó contra las constelaciones y creó un agujero negro que se comió todos mis sueños. Creo que mi deber es vivir de la misma manera, pero sin lo único que me hacía feliz.

Sin ti.

 

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