Itinerante: ¿Y si todos los políticos fueran como Trump? por Pollo Muñoz

"Si tuviera que postularme, lo haría como republicano. Son el grupo más tonto de votantes en el país. Creen cualquier cosa que aparece en Fox News. Podría mentir y se lo creerían. Lo apuesto, serían fenomenal".

Donald J. Trump, People Magazine, 1998.

¿Cuál es el principal atributo que un político debe tener? Creo que la característica más importante es la autenticidad, la cual entiendo como la virtud de ser la misma persona frente a cámaras y reflectores, o conversando con su familia y amigos en la intimidad. Difícilmente podríamos ponernos de acuerdo acerca de si existe una “mejor” ideología para gobernar, y estando consciente de que cualquier postura tendría seguidores o detractores, considero que lo más importante es que quien gobierne haga un planteamiento claro de sus propuestas, para después enfocarse en cumplirlas.

La cuestión es muy sencilla: hablar con la misma vehemencia y compromiso durante la campaña y después de ella. Si la Democracia realmente funciona, el político electo debe hacer lo posible, y más, por cumplir con aquel proyecto ganador mediante el que obtuvo apoyo y simpatía.

Coincido con todos y cada uno de los adjetivos que se le pueden adjudicar al actual Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, el magnate Donald J. Trump. Definirlo como una persona visceral, ególatra, narcisista, megalómano y misógino, sin duda alguna es meritorio; sin embargo, creo que en su persona se encarna la ideología de un gran número de norteamericanos. El tufo a discriminación y racismo nunca se extinguió y hoy ha vuelto a inundar las calles con un no tan discreto respaldo institucional. Lo anterior nos lleva a suponer que, así como hay aptitudes ideales para los políticos, la principal característica de la sociedad (quienes votan) debe ser un fuerte sentido crítico, basado en la consulta y análisis de información fidedigna: votar en una elección debe ser una decisión lo más racional posible.

Pareciera que de repente olvidamos la marginación y discriminación que padecen desde hace décadas nuestros connacionales que radican en el vecino país del Norte. Por diversas experiencias personales, sé que las deportaciones, vejaciones y violaciones sistemáticas a los Derechos Humanos de los migrantes son situaciones cotidianas en la línea fronteriza. Por poner un ejemplo de conveniente amnesia e incongruencia: la administración de Barack Obama deportaba en promedio 643 indocumentados por día, pero todos en México lo aman porque guiña el ojo, come hamburguesas, cuenta chistes y baila.

Trump habla con un cinismo y seguridad que muchos políticos ni en sus más locos sueños se imaginarían utilizar. Al igual que Obama, Trump es un outsider, pero existe una gran diferencia: si Trump dice que los migrantes son un peligro, actúa como si realmente lo fueran, a diferencia de Obama, quien asesinaba civiles en medio oriente a control remoto, al mismo tiempo que recibía el premio Nobel de la Paz.

Distintas son las variables que se conjugaron para que la Candidata demócrata, Hillary Clinton, cediera a los republicanos la conducción de la nación más poderosa del mundo. Su bajo perfil, la nula capacidad de comunicación de su equipo de campaña, sus discursos prefabricados, así como el descontento generalizado hacia la administración de Obama, fueron los ingredientes necesarios para que surgiera la “sociedad comunitaria”, aquella que Bauman define como la que encuentra un enemigo común y lo ataca hasta conformar un hábitat seguro. Lo anterior sin importar un acto de atrocidad colectiva.

Para el mundo entero, el acto de atrocidad colectiva consistió en que millones de personas votaran por Trump; sin embargo, para la clase blanca trabajadora, votar por Hillary era seguir siendo ignorados, ellos querían que su país volviera a ser grande: el quarterback y la porrista, quienes ahora son asalariados y tienen hijos, querían de vuelta la grandeza icónica de su nación. Están convencidos de que el sueño americano estaba en franca extinción y Trump podría revivirlo.

Es un hecho que los grupos ultraconservadores son una base fuerte del voto republicano, pero el triunfo de Trump no se explica sólo por una cuestión racial. Es de suma relevancia analizar la intención del voto en estados en los que cuatro años antes el apoyo fue total para Barack Obama y que en esta elección decidieron buscar una alternativa. Los habitantes del cinturón industrial, trabajadores sin formación universitaria principalmente, que viven Michigan, Wisconsin y Pennsylvania, encontraron en Trump un candidato poco convencional, un “político que no es político” y que habla directo y sin tapujos.

Quienes le dieron el triunfo al republicano tomaron en serio su propuesta sin hacerlo de forma literal, mientras la prensa no lo hizo, y pensó que su mensaje debía ser interpretado con literalidad. Lo anterior explica la ridiculización de su campaña y el triunfalismo demócrata apoyado por los medios y las casas encuestadoras.

Sin duda, la retórica de Trump es preocupante, pero los ciudadanos que votaron por él creen, al menos de manera general, que le asiste la razón. A pesar de cambiar de opinión en temas como el aborto o la legalización de las drogas, sus simpatizantes sienten que les transmite confianza la manera de expresar sus ideas, incluso cuando solo utiliza 140 caracteres.

Según sus seguidores, el explicar los fenómenos migratorios como un problema para la nación, encuentra plena correspondencia con la población de las prisiones de los Estados Unidos, en las que se estima que por cada 100,000 habitantes hay 1,238 presos de origen latino. Realmente son pocos, si se compara con la población de afroamericanos en los centros penitenciaros, la cual triplica al número de latinos, pero mencionarlo pudiera parecer un retroceso hacía el trato a la comunidad de color y en el orden de discriminación racial de los Estados Unidos: primero van “los blancos”, luego “los negros” y al final están los latinos.

Su propuesta más respaldada: El Muro, existe ya desde hace muchos años. Resulta relevante que en la actualidad se calcule que son más los inmigrantes que llegan por avión con visas temporales y se quedan definitivamente en el país, que aquellos que cruzan la línea fronteriza del sur de forma clandestina. Todo el aparato gubernamental sabe que una barrera física no resolverá el problema, pero creo que esa pared se ha convertido en un tótem; el contexto le otorga a la idea un valor más allá de lo que por sí sola representa. El Muro es un objeto común, un elemento unificador que es tangible (o lo será) y que dota de sentido cada disparate que Trump dice o escribe en redes sociales.

 

Con esta columna de ninguna manera quiero decir que, en efecto, México sólo se dedique a exportar “Bad hombres”, sin duda alguna hay artistas, académicos y gente de trabajo que emigra con la intención de encontrar las oportunidades que consideran, aquí nunca habrá. La cuestión es que en política todo es percepción, y hay millones de norteamericanos que realmente encuentran una causalidad directa entre la presencia de migrantes y la debacle económica y el aumento en la inseguridad que desde hace años perciben.

Por alguna extraña razón estamos obligados a tener un comportamiento moral o políticamente correcto, pero imaginemos por un momento: ¿qué sería de nuestro país si contáramos con políticos que desde el primer día de su mandato se dedicaran enfáticamente a cumplir todas y cada una de sus propuestas? ¿acaso no es algo que añoramos desde que la Democracia se convirtió en el ideal de gobierno? Hemos encontrado en Trump la forma idónea de comunicación política, no por sus contradicciones ni por su ideología, sino porque ha roto esquemas y nos ha hecho cuestionar la necesidad de contar con políticos que cuidan las formas y adornan sus discursos, pero en la intimidad son basura. Trump es una basura frente al micrófono y en la intimidad, un lobo con piel de lobo, y su único objetivo -el cual respeto por la forma, no por el fondo- es demostrar con hechos que cumplirá lo prometido a quienes le confiaron su voto.

La labor de todos los ciudadanos que creemos en la Democracia es que la siguiente generación de políticos sea tolerante, honesta, preparada y con una gran capacidad diplomática. Aunque sea un sueño, si lo anterior no es posible, me conformaría con que hablaran como lo hace Trump, fieles a sus creencias… o a su idiotez, sin importar su ideología o si están o no en campaña. Al menos así sería más fácil saber por quién votar y no nos sentiríamos engañados con los resultados. 

 

 

 

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