Para Diego, Regina, Titi e Iker que, sin ser mis hijos, me han hecho pensar en escribir este texto.
"Todo lo que se hace por amor, se hace más allá del bien y del mal."
Friedrich Nietzsche
El ser humano es considerado el único ser capaz de razonar. Quizá haya algunas teorías que prueben la existencia de seres dotados de inteligencia, con la habilidad de utilizar herramientas o que muestren afecto y sentimientos hacia sus semejantes, pero la estremecedora realidad demuestra que únicamente los humanos tenemos la capacidad de modificar nuestro entorno a nuestra conveniencia y utilizar a las demás personas en nuestro beneficio.
Esta columna no hablará acerca del impacto negativo que nuestra existencia significa para el medio ambiente; sin embargo, al igual que con la degradación inevitable de la naturaleza por nuestra acción, me enfocaré en tratar de explicar por qué considero que la injusticia solo podría terminarse hasta que los humanos dejemos de existir, o al menos hasta que dejemos de guiar nuestras acciones por nuestros sentimientos.
Cuando era muy niño -contaminado por la idea de ser un Power Ranger- me visualizaba como un vengador, una persona que luchaba por hacer el bien a sus semejantes y que trataba con singular violencia y desprecio a quienes la sociedad señala como un problema: ladrones, asesinos, secuestradores etc. Recuerdo con mucha claridad aquella fantasía recurrente en la que alguien ponía en riesgo a mi familia, y yo, sin dudar, utilizaba mi pistola láser para ponerlos a salvo. Era satisfactorio, no el dispararle a un encapuchado, sino el tener la sensación de conservar a los míos a salvo.
Este temprano acercamiento con una muy básica valoración de lo bueno y lo malo, lo blanco y lo oscuro, hace, hasta la fecha, que me resulte sumamente complicado entender que una persona que asesina a otra es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Sigo sin poder asimilar cómo es posible que, el repeler la agresión de un delincuente, sea en ocasiones más castigado que el acto del delincuente mismo.
El reciente otorgamiento de un amparo a Diego Cruz Alonso, miembro de los “Porkys”, un grupo de jóvenes que abusaron sexualmente de una menor de edad, ha hecho que me cuestione: ¿Qué harías si un violador abusara de tu esposa o tus hijas? ¿Realmente recurrirías a la Justicia? Tal vez formas parte de ese reducido porcentaje de mexicanos que aún confía en la labor de los juzgadores, pero si la estadística no falla, es más probable que formes parte del segmento de la población que tomaría justicia por su propia mano.
Ahora invirtamos los papeles: ¿Qué harías si tu hijo cometiera un acto atroz, un error que marcará su vida para siempre? ¿Cuál sería tu reacción si, en lugar de ser el padre de la víctima, fueras el padre de uno de los Porkys? ¿No harías de igual forma hasta lo imposible por poner a salvo a esa persona que en algún momento no fue más que una extensión de ti, un niño total y completamente dependiente de tu amor y cuidados?
Como lo he expresado en otras columnas, las soluciones fáciles son trampas; no hay recetas milagrosas y al hablar de la búsqueda de “lo justo”, el camino es sumamente sinuoso y confuso. Imagino que ser juez no debe de ser una tarea fácil, y menos cuando el juzgador también tiene una familia, hijos, esposa, y la horda de imbéciles de redes sociales amenaza con dañar su integridad por una resolución que es controversial y a todas luces desafortunada.
Otorguemos el beneficio de la duda al pensar que quien lo deja en libertad está haciendo uso de todos los elementos a su alcance para aminorar el daño que la estupidez y la imprudencia han causado. La víctima sufre, habrá un daño irreparable, pero condenar a un joven imprudente es crear un daño permanente también en el victimario quien, quizá, jamás entendió la consecuencia de sus actos.
Seguramente nada de esto hubiera pasado si los padres de los “presuntos culpables” (lo pongo entre comillas porque, pese a que lo que se debe demostrar es la culpabilidad, la agredida fue una mujer y en esos casos no aplican las consideraciones) hubieran dedicado más tiempo a la formación y cuidado de sus hijos, o si hubieran estado al pendiente de sus verdaderas necesidades y no quisieran arreglarlo todo teniendo como referencia la chequera.
Ante estos casos es importante recordar que no todo en la vida es totalmente bueno o completamente malo; hay gente que comete errores, graves y desafortunados, pero cuando esas personas descarriadas son importantes para nosotros, lo arriesgaremos todo por asegurar su integridad, aunque eso signifique la total desaprobación de la sociedad o el torcer las leyes en nuestro beneficio.
Desearía que esta historia tuviera un desenlace amable, aquel en el que las instituciones no fueran corrompidas y la víctima pudiera superar todo el daño que le han causado, y más importante aún: que esta amarga experiencia sirva para aleccionar a todos los padres e hijos que creen que el dinero es sinónimo de impunidad.
En un mundo surreal como el nuestro, se impondrá la ironía. Si Diego Cruz queda en libertad y se da a la fuga, habrá triunfado el amor, aquel que sus padres le tienen de manera ciega y que, gracias a sus recursos económicos, podría otorgarle una nueva oportunidad de vivir en libertad.