A duras penas podía recordar las tardes en el jardín trasero de la casa de sus padres; había crecido en el Prenzlauer Berg, un barrio al norte de Berlín, y asisitió a clases de kung fu en la calle Dunckerstraße desde pequeño. Aprovechó la única oportunidad que la vida le dio para salir del país y buscar nuevos horizontes, siguiendo a Chris, un amigo de casi toda la vida. Chris era norteamericano; había crecido en Kansas City y en la pubertad sus padres buscaron fortuna en Berlín. Ambos asistieron al mismo lugar de entrenamiento y la primer pelea entre los dos fue para practicar, terminando en empate. Chris siempre le había dicho que era mejor y que se había limitado en aquella ocasión, pero la verdad era que el que se había limitado era Elliot.
Podían hacerse pasar por hermanos, pues a pesar de ser norteamericano, las facciones de Chris tendían a ser duras, mientras que las de Elliot eran más suaves que las del estereotipo alemán, probablemente gracias a su madre; de hecho, los ojos de Chris eran más pequeños que los de Elliot, y menos expresivos.
En realidad, tenían poco en común. Elliot lo sabía pero no decía nada porque ahora que eran socios y su negocio iba bien sólo podía esperar llevar la fiesta en paz.
La última vez que habían peleado, las razones habían sido distintas: Chris tenía la idea de que Elliot debía ser menos educado con las mujeres, además de que nunca había conocido una chica a la cual hubiera cortejado o con quien hubiera compartido la cama; como es común en ciertas edades, dudó un poco de la sexualidad de Elliot, a quien dichas ideas le pasaron de noche durante algún tiempo. Después, en una fiesta de cumpleaños, Chris usó la excusa de su ebriedad para molestar al cumpleañero y recibió una paliza por ello. No era como que pudiera haberle ganado, pero el orgullo le pesaba en demasía.
Tal vez, por eso, Elliot también se sentía culpable.
—¿Quieres otra cerveza?— le preguntó Landon mientras sostenía el cigarrillo con la mano derecha.
—No, déjalo. Una es suficiente— respondió Elliot. Respiró profundamente, soltando todo el aire como si con ello pudiera soltar el peso en el pecho, y se llevó una mano a la cabeza, pasando los dedos por el cabello —. ¿Crees que esté bien?
—Conozco a Jacq desde hace años. Es una chica dura, estará bien— Landon metió la mano por la ventana abierta del coche y sacó una lata de cerveza. En seguida recargó de nuevo la espalda en el automóvil y abrió la lata —, el problema es para Oliver. No ha sabido controlarse y, bueno, ahora estamos aquí— se encogió de hombros mientras se llevaba el cigarrillo a la boca y le daba una calada.
—Lo que sea para que ella esté bien— Elliot se incorporó y dio unos pasos en dirección a la entrada del hospital, luego se giró para ver a Landon —, ¿qué te ha dicho?
—No mucho— dijo Landon al momento de soltar el humo del cigarrillo, negando con la cabeza —, pero sé que le agradas. Después de aquella noche…— bebió un poco de la cerveza, como aclarando la garganta, y prosiguió —Desde que te conoció es más alegre. Antes sólo se centraba en el trabajo. Ahora me pregunta por mi dieta y me regaña si me ve fumando o bebiendo, así que, aprovecho— levantó lata y cigarrillo, a manera de broma.
A Elliot el comentario le agradó, pero, ¿dieta? Observó a Landon, una persona que ciertamente no era musculosa pero tenía complexión atlética, y se preguntó entonces por qué la dieta. Aunque él mejor que nadie lo sabía, no era necesario estar pasado de peso para llevar una dieta; recordaba el comentario de un cliente, “la Roca comía siete veces al día, era una dieta de 5000 calorías, ¡estaba loco!”, como justificando algunos kilos de más y el no seguir la dieta correctamente.
—¿Para qué llevas dieta?— no planeaba quedarse con la duda.
Landon no podía decirle los detalles. Pero estaba acostumbrado a mentir ante tal pregunta, ahora. No era como le avergonzara “esa parte” de su historia.
—Me propuse un tipo de desintoxicación— se encogió de hombros y le dio una calada al cigarro, soltando el humo casi en seguida —. Aunque no lo creas, duré un tiempo en las calles. Agarras costumbres muy malas, además de que te haces adicto a algo, es casi seguro; una vez estuve a punto de matar a un tipo por unos cuantos gramos de algo. Fue cuando dije “ya basta” y busqué trabajo. Aún así, seguí con ciertos vicios, un tanto más legales, como el alcohol y el cigarro… Trabajando para Jacqueline me hice de una reputación con las chicas y una vida de noche, así que lo menos que pasara en la cocina era perfecto. Dormía casi todo el día, pasaba por comida rápida y picaba algo en el trabajo— Landon tiró el cigarrillo y lo aplastó con el pie.
—Entonces, tienes un metabolismo singular, de ese que envidian las chicas ahora, ¿cierto?
Landon asintió con la cabeza; también, lo menos que pudiera decir sobre los estudios que le efectuaban, era lo mejor. Había hablado con Eric, avisándole que iba a romper un poco el plan alimenticio por sus ganas, y Eric sólo se había reído, aunque no era algo que le gustase. “Bien, pero lo menos posible. Necesito que regreses a hacerte pruebas… Hay… Detalles a discutir”, Eric no sonaba molesto. Landon no sabía qué detalles, pero recibía buena paga siendo el conejillo de indias de un doctor ricachón y era lo único que le importaba; ahora, con la situación de Jacqueline, más. Pero no era como que le fuera a decir todo eso a Elliot porque una cosa era que Jacqueline confiara en él y que hubiera exigido a Landon que se comunicara con él, y otra muy diferente lo que Landon pensaba de Elliot.
En cierto sentido, Elliot sentía pena por Landon; por otro lado, le envidiaba un poco. ¿Quién mejor para conocer a la chica que rondaba por su cabeza que ese individuo que estaba fumando y bebiendo enfrente de él? Las pocas veces que había platicado con Jacq, Landon siempre salía a colación en la charla. “Ha sabido ser un buen amigo. No me imagino estos últimos años sin él… Pero si quieres que una amistad dure, no involucres sexo, eso es seguro”, aunque Elliot no sabía a qué se refería Jacqueline, ahora Landon parecía ser el único, aparte de él, en interesarse por ella. Ahora, habiendo escuchado la historia de Landon, no estaba seguro de que hubieran sido pareja o no; maldijo en ese momento el nacimiento de esa idea en su cabeza, porque ahora lo envidiaba un poco más.
—Vamos… Ya van a iniciar las horas de visita— comentó Landon, aplastando la lata de cerveza con una mano y mirando a Elliot.