Al huevón nada, al trabajador todo. Espeta Jaime Rodríguez Calderón, en su visión de políticas públicas en torno a los programas sociales.
Y a mí me intriga y me preocupa cuál es su concepto de trabajador, y cuál el de huevón. Pareciera que su frase resuena en las entrañas de aquellas personas que sostienen que “los pobres son pobres porque quieren”, que los programas sociales fomentan la holgazanería, y estas personas han encontrado en el Bronco un vocero fuerte para ese rencor social que parte de que México es un país pobre porque tiene un montón de (plasme aquí el peyorativo que guste) pobres, mismos que deben ser atendidos como un problema que no se debe eliminar, sino fulminar.
Bronco no explica esto, no abunda mucho en su planteamiento. Lanza la tarraya y se fija qué cae, más como un comediante aventando unos primeros chistes para tomar la temperatura de su público, que como un político de ideas firmes y con proyecto.
Antes de convertir su sentencia en una idea bien desglosada, prefiere mutarla en un ataque para ya sabes quién, en ello enfoca su declaración, y ahí muere su semana mediática al parecer.
Decía arriba que tengo intriga y preocupación, porque hubo otro candidato que comenzó con mensajes de odio velados que poco a poco cayeron en el descaro, Donald Trump… pero hasta aquí la sospecha por el momento.
Me ha tocado ver de cerca, desde niño y por la profesión de mi madre (Trabajadora Social), la codependencia entre la población pobre y los programas sociales. Partidos, sistema electoral y políticos dependen de las torceduras de estos apoyos para consumarse, y la población codepende de estos apoyos para subsistir.
Codepende, no depende. No depende porque sencillamente no son suficientemente grandes los apoyos sociales como para poder depender de ellos. Se trata de gente que “completa el chivo” con esta entrada, y no por ello deja de trabajar todo, todo el año. De ninguna manera son gente holgazana y la solución a la pobreza no está en tildar a la gente pobre de floja.
Por mi formación profesional me ha tocado tratar por años directamente una clase de gente muy, muy holgazana (toda excepción incluida), todas y todos con salarios que están muy por encima de la media nacional, me refiero a la clase política. Su labor se ha desdibujado, se confunden las labores de asesoría con los viajes a ver tal o cuál tecnología de tratamiento de aguas a La Vegas, se confunden el cabildeo con el tráfico de influencias, se deslava el límite entre tener cargos honoríficos y nunca presentarse a una mesa de trabajo ni emitir dictamen alguno, se pierde en lenguas el oficio de secretaria con el de asistente personal o servidumbre, da lo mismo haga una copia de la iniciativa que cómprele un pastel a mi mamá porque no tengo tiempo voy a comer con el diputado fulanito que se anda destapando. Una chulada de clase.
Al huevón nada, al trabajador todo. Yo estaría completamente de acuerdo si la de arriba fuera la visión, pero sospecho que no. Rodríguez Calderón no ha tocado los privilegios de la clase política nunca, y no creo que ahora tenga la intención.