Jazmín y la soledad por David Álvarez

La soledad ha sido sustancial desde que soy pequeño. Las imágenes que rememoro son aquellas en las que estoy frente al televisor hasta el anochecer. Todo silencio, salvo el programa en turno. Del día soleado hasta los inicios del ocaso. El mundo resguardándose bajo ese cielo gris que todo lo tensa y lo vuelve trágico. Mi madre había muerto y mis hermanas salían al trabajo y escuela, además de mi padre. Los fines de semana soñaba con estar en familia por las noches, viendo películas o algún programa, pero todos se iban a fiestas y mi padre a dormir. Iba a la tienda y recuerdo ver a la gente reunida, con cierta envidia. No me gustaba que mis hermanas salieran de fiesta y cuando no lo hacían, me sentía acompañado.

 

No hay un reclamo en particular. Es normal que una familia fragmentada por la muerte de una persona cambie sus dinámicas y seamos lo menos parecido a los demás, aunque yo deseara lo contrario. Comer solo e imaginar a más personas para lidiar conmigo mismo era rutinario. Es lo que había y tampoco estaba mal, ya que tenía sus ventajas. Por ejemplo, solo un regaño en vez de dos o invitar a mis amigos de la primaria o la calle a mi casa, a jugar o alcoholizarnos sin que nadie se diera cuenta. Echarme la pinta sin mayor problema y, principalmente, iniciar y realizar mi vida sexual en la comodidad del abandono.

 

Mi vida e intimidad la he compartido con pocas personas. Durante la preparatoria tuve, al menos, tres relaciones esporádicas de unos besos o el faje del momento luego de unos tragos. Fui en el turno vespertino por lo que la mañana era mía. Por la noche también había oportunidades ya que mi padre dormía temprano. Casi no lo veía. Mis hermanas se fueron. Usaba la casa para beber antes de ir a la escuela o me drogaba en plena cochera con la música a todo volumen. La única preocupación era que mi padre no se enterara, por lo que recogía lo mejor posible para evitar sospecha alguna.

 

Por aquellos años salí con Jazmín. La conocí desde la secundaria por razones que poco importan, pero mantuvimos la conversación. Vivía cerca de mi casa. Me gustaba mucho y, en realidad, nunca pensé que algo entre ella y yo pudiera darse, aunque lo imaginaba. No recuerdo, después de la secundaria, la razón exacta por la que volvimos a contactar. En mi cumpleaños dieciocho la invité a una pequeña reunión junto a otros amigos. Entre la alegata y risas, además de alcohol, me pidió que le mostrara el baño. Ingenuamente le comenté que no era difícil perderse en una casa tan pequeña y que se encontraba enfrente, por lo que me forzó a acompañarla para llegar a la puerta y besarme e ingresar al baño. Luego subimos a mi cuarto y entonces fue mi primera vez.

 

Con los días nos seguimos viendo para platicar y tener sexo. Fue la primera persona con la que me había relacionado ya que tampoco había tenido pareja o algo que se le pareciera, ni siquiera una amistad cercana con una mujer. Nos veíamos temprano, aunque normalmente en la noche. Nos besamos y teníamos sexo en el sillón o en mi cuarto. Como digo, una casa vacía tiene sus ventajas. Me marcaba por teléfono o me enviaba mensaje y salía para recibirla, abrazarla, platicar un poco y luego besarnos. A veces íbamos a fiestas con la pandilla, aunque la mayor parte del tiempo la pasamos solos. Ella tenía novio, pero le gustaba compartir esos otros espacios. Mantuvimos la constante durante algunos meses, debido a que no solo era besarnos sino platicar: contarnos la vida y a veces, quizá, acariciarnos con cariño. No faltaron los conflictos acerca del tipo de relación y el probable enamoramiento quizá inevitable, aunque dialogante, del que tuvimos charlas para evitar cualquier complejidad. Al menos sirvió en esa ocasión.

 

Al salir de la preparatoria, perdí contacto con ella. No fue un un buen año para mí. Trabajé en una taquería y en otros oficios más hasta que dejó de figurar en mi cabeza. Ya no tenía aquel novio, sino que se había enamorado de otra persona y la distancia se fue acrecentando. Pasaron dos años más para volver a hablarnos hasta que nos encontramos en un trabajo, en el que compartimos algún tiempo. Volvimos a salir y pareció inevitable la relación de nueva cuenta, en casa vacía. Recostar mi cabeza en su regazo de nuevo y abrazarla. Siempre amé eso. Se peleaba con su novio y venía conmigo. Me sentaba en el sillón o en mi cama y se montaba y entonces la besaba y acariciaba por completo. Le decía que su culo era hermoso y me volvía loco. Verlo retumbar entre mis piernas, al hacer ciertas poses, e inclinarme un poco para acariciarle los senos y babearle la espalda. Me comentaba que no le gustaba que alguien hablara mientras cogía, pero que conmigo era diferente.

Por la complejidad de la vida y sus desmadres, se presentó de nuevo el sentimentalismo de apropiación en el que le pedí que fuera mi novia, mientras estaba borracho, en la casa de un amigo. Evidentemente se negó. Ella sabía que no funcionaría y era verdad. No éramos ese tipo de pareja ni lo seríamos. Aquel día nos escondimos en el local de un amigo, mientras llovía, y le metí la mano debajo de su pantalón para acariciarle las nalgas y de ahí la acompañé al baño para fajar y besarnos de nuevo. Paró la lluvia, nos despedimos de mi amigo y de nueva cuenta en el taxi, le pedí que fuera mi novia y que no tenía problema si salía con más personas. Pero era mentira y me rechazó.

 

La soledad me aterra. Ya lo he dicho. No estar solo, por sí mismo, sino sentirme solo. Nunca había tenido una pareja y fue la primera persona con la que mantuve un vínculo similar. Siempre quise una novia a la vieja usanza, pero no se me presentó la oportunidad, sino esta otra, la de la libertad. La cual me cuesta bastante. Hace poco leí un texto de Bukowski, quizá apócrifo, aunque certero, en el que menciona que cuando nadie te despierta en las mañanas, y nadie te espera en las noches y puedes hacer lo que quieras, ¿cómo se le dice? ¿Soledad o libertad?, la verdad es que aprendí de ello con más de un llanto. Jazmín me enseñó, sin querer, acerca de la libertad y así viví mi juventud, aunque sintiéndola más como soledad. Una casa sola y una relación libre, contra mi voluntad. Pero ¿qué es el deseo individual sino una risa para las circunstancias?

 

Hace poco hablé con Jazmín y le confesé que una vez lloré después de estar con ella. Estuvimos juntos un par de horas y se marchó a una fiesta. Me despedí de ella y lloré inconsolable en mi casa vacía y sin saber la razón, o quizá sí, pero no quería asumirla. Tener una pareja con quien tener sexo sin compromiso parece más un anhelo que una desdicha, pero después de la fiesta viene ese punto trágico en el que todos se marchan. En el que quieres que alguien se quede un momento más, aunque sea unos minutos y que te abrace. Escuché música y compré cervezas y me quedé pensando toda la noche hasta la madrugada sobre ese asunto, solitario. No tenía razones para llorar y eso me hizo sentir peor.

 

Los vacíos emocionales son algo extraños. Proveniente de otro tipo de vacíos como las de una casa. Con Jazmín mantuve una relación durante varios meses, en dos periodos distintos. Aprendí de ella más de lo que ella cree, pues no solo de sus charlas algo extraía sino de la propia vivencia. El alcohol algo completa, pero nunca llena absolutamente nada. Mueve algo ahí, que en realidad no se encuentra ahí. Pero Jazmín estuvo presente, en mis días aciagos. La única persona que me quiso en su momento y que sé que lo sigue haciendo. Incluso, después de años, nos volvimos a ver y ambos pensamos que sería aburrido, porque la gente cambia y esas cosas, pero no fue así. Nos reímos como antes y eso valió la pena. Ella dice que siempre fuimos más que amantes y también lo creo.

 

Oscar Wilde mencionó que el mundo se trata de sexo y el sexo de poder y es probable que tenga razón, aunque también sostengo otras variables como la soledad o incluso la amistad. Los recuerdos algo tienen que decir y enseñar. O no enseñar, precisamente, sino que ahí están, para volver a quienes somos o cómo es que estamos aquí. Hay mil maneras de llenar los vacíos, supongo, como subirle el volumen a la televisión para no lidiar con el silencio o poner otro plato en la mesa, fingiendo que alguien llegará, aunque, después de tantos años, solo conozco la bebida y eso de recordar historias. Marcarle a Jazmín para saber cómo sigue y decirle que la quiero, aunque ya no esté.

 

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