“Es verdad, soy un payaso
pero qué le voy a hacer,
uno no es lo que quiere
sino lo que puede ser”.
Por fin llegó al cine la anticipada cinta Joker, dirigida por Todd Phillips, con un guion a cargo del propio director y de Scott Silver, fotografía por Lawrence Sher y música por la islandesa Hildur Guðnadóttir.
Para ser franco, en lo personal no esperaba demasiado de la película. Por supuesto, había escuchado los rumores, las impresiones anticipadas, las teorías que inevitablemente circulan en internet. Pero, como chavorruco con cierto conocimiento de la vida y sus decepciones, preferí no emocionarme demasiado e ir a ver la cinta con una actitud abierta. Y, la verdad, quedé gratamente impresionado.
Aunque ya hemos visto por lo menos dos grandes interpretaciones del Joker en la pantalla grande, a saber, la de Jack Nicholson y la de Heath Ledger (excluyendo, en mi opinión a Jared Leto), esta vez el Joker, interpretado magistralmente por Joaquin Phoenix, no es un mero antagonista, sino el protagonista de su propia historia.
La película está ambientada en la Gotham (o ciudad Gótica, si eres de los nostálgicos) de los años ochenta, una ciudad, se nos muestra, que se ha convertido en un polvorín social gracias a los abusivos y corruptos manejos económicos y políticos de la insaciable clase burguesa, en particular los millonarios de Gotham como Thomas Wayne (el papá de Bruce Wayne/Batman): los servicios sociales están desapareciendo progresivamente, hay mucha delincuencia, desconfianza y descontento social son el pan de cada día. La ciudad parece a punto de estallar, de desbordarse, y esto está bellamente simbolizado por las pilas de basura que se amontonan por doquier.
En este contexto, Arthur Fleck (Joaquin Phoenix), un hombre de treinta y tantos, fumador compulsivo, marginado, inadaptado social, enfermo mental, aspirante a comediante de stand up, trabaja como payaso para pagar las cuentas y cuida de su madre enferma, Peggy. Peggy trabajó para la familia Wayne hace treinta y tantos años y está obsesionada con escribirle a Thomas para pedirle ayuda financiera para salir de su desesperada condición, autoengañándose con la idea de que el magnate ahora sí le responderá.
Y es que Arthur es, decididamente, un desastre. Necesita ayuda psicológica porque tiene pensamientos negativos, incluso suicidas. Su comedia es pésima y bastante mórbida, por lo que su carrera como standupero se antoja improbable. De hecho, incluso como payaso infantil es bastante mediocre y no pasa de conseguir empleos eventuales como girador de carteles para una tienda que está yéndose a la quiebra, o animar niños enfermos en el hospital. Para colmo de todos los males, Arthur padece una condición neurológica que lo hace estallar en carcajadas incontrolables en los momentos más incómodos, sin importar su estado de ánimo. De hecho, las carcajadas parecen ser su única emoción, y a través de ellas se dejan adivinar el llanto, la angustia, la desesperación, la rabia. Hay que decir que Joaquin Phoenix logra transmitir todas estas emociones sólo a través de los matices de las risa y la expresión facial, y lo hace de una manera a la vez asombrosa e inquietante.
La cinta es una montaña rusa de emociones. Desde el inicio, la situación es desesperada, pero Arthur tiene algunas salvaguardas, algunos apoyos: su madre, su psicóloga, su amigo, su héroe de la televisión interpretado por Robert de Niro e incluso una vecina que le hace ojitos.
Pero un punto de quiebre ocurre cuando Fleck, de camino a su casa en el metro, en la noche, ve a tres tipos trajeados con corte de pelo ejecutivo, bastante borrachos, entrar al vagón. Los tipos proceden inmediatamente acosar a una muchacha sentada enfrente. La situación se pone tensa y Arthur Fleck estalla en carcajadas. La muchacha corre al vagón adyacente y los tres tiburones corporativos enfurecen y le ponen una madriza a Fleck, vestido de payaso y todo. Pero esta vez lleva un arma y asesina a los tres.
El incidente se vuelve la noticia al día siguiente. Resulta que los tres tipos son ejecutivos de Empresas Wayne. El titular, Thomas, sale a declarar que lo ocurrido es un acto cobarde. Cuando le preguntan qué opina sobre los rumores de que el asesino fue un payaso, dice, palabras más, palabras menos, que, para la gente como él, que ha logrado algo en la vida, aquellos que no lo han hecho no son más que payasos. Comprensiblemente, los ciudadanos de Gotham que se parten la madre todos los días por un sueldo de mierda enfurecen al escuchar estas declaraciones y adoptan la identidad de payasos, pintándose la cara y usando máscaras y adoptando la consigna de maten a los ricos.
Así que, de manera involuntaria, Fleck se ha convertido en el icono anónimo de un nuevo movimiento.
Pero, conforme avanza el filme, veremos toda la vida personal y psicológica de Arthur desintegrarse pieza por pieza: Fleck pierde su derecho a la atención psiquiátrica y deja de tomar sus píldoras, las personas a su alrededor lo traicionan y hasta su héroe televisivo lo ridiculiza, usando un segmento de su desastrosa rutina de stand up.
Fiel al adagio del Joker, la locura es el único escape.
Entonces, el caos estalla. Arthur Fleck desaparece (simbolizado por la cara maquillada completamente en blanco, que luego es salpicada de sangre en un acto que marca el origen de una nueva identidad) y nace el Joker (apodo peyorativo que le da el personaje de De Niro en cadena nacional). El Fleck que ensayaba tímidos pasos de ballet frente al espejo ahora baila con desenfreno. Las escaleras que antes eran un trabajoso ascenso ahora son un fácil, despreocupado descenso.
Sin revelar el final, debo mencionar que la cinta llega a un clímax espectacular en el cual el polvorín social que era Gotham por fin alcanza su punto culminante. Los payasos han salido a las calles en un amotinamiento masivo. Las fuerzas policiales no se dan abasto para contener las revueltas.
Joker es una cinta innegablemente política —creo que todo el arte contemporáneo es político, incluso, especialmente, el que evita hablar de política—, innegablemente actual, con un poderoso mensaje social y con un personaje muy bien escrito y magistralmente interpretado.
Llama la atención cómo una narrativa puede cambiar según quien la cuente. Esto merece una pequeña elaboración. Este Joker de Joaquin Phoenix no es, o al menos no parece ser, el Joker archienemigo de Batman. Es, más bien, su antecedente, su inspiración. En la cinta, un pequeño Bruce Wayne aparece brevemente y Gotham apenas comienza a salirse de control. No estamos ante un genio criminal, que está siempre un paso adelante, sino ante un tipo enfermo que, a su manera improvisada y accidental, causa un efecto dominó que lo coloca al centro de una revuelta social. La trama profundiza más sobre la clase burguesa de Gotham y nos muestra a un Thomas Wayne postulándose como candidato para alcalde, uno con un discurso clasista que atiza los rescoldos del descontento social.
Estamos, pues, ante una recontextualización del mito de Batman que cambia por completo las reglas del juego. Aquí, lo que los críticos de los cómics han observado durante algunas décadas es cierto: Batman, lejos de ser el protector de la ciudad, es una de las fuerzas represivas y conservadoras del status quo. Con todo su privilegio y sus billones de dólares, en lugar de erradicar la pobreza, elige el enfoque punitivo: aterrorizar a los bajos estratos que recurren a la criminalidad, golpearlos brutalmente mientras, al mismo tiempo, logra mantener su consciencia tranquila porque “no mata”. La narrativa cambia según el contexto.
Es de notar también que esta película subvierte por completo el discurso de Dark Knight. Recordemos que en aquella película Batman atrapa al Joker anarquista mediante el uso de tecnología espía y el acceso de los teléfonos celulares de todo Gotham: una apología de la Patriot Act de la administración de Bush, que viola las libertades civiles en nombre de la seguridad. Batman era una fuerza de la represión, sí, pero una fuerza necesaria, un héroe renuente que “no es el que merecemos”. Algo así como un ente extrajudicial para el cual no existen restricciones territoriales ni diplomáticas, que usa la violencia de la manera más eficaz y eficiente.
Aquí, por el contrario, este fenómeno de represión es visto bajo una nueva luz, la de quienes la padecen. Los desesperados y marginados y pisoteados de siempre cuyas muertes no importan lo mismo que las de tres ejecutivos de Wall Street o de empresas Wayne.
En resumen, se trata de una cinta muy recomendable, no sólo para los seguidores del caballero nocturno sino para cualquiera. Se trata de una peli mucho más próxima a Taxi Driver que a cualquier cosa que haya producido el género de superhéroes. Más una narración de la marginalidad urbana y de los abusos de la clase dominante que una apología del orden. Se trata de una reinterpretación del consabido material del cómic, pero visto desde una nueva perspectiva, una que abre posibilidades interesantes y aptas para un público adulto más exigente que el fanboy promedio de Marvel o DC. Joker es lo que muchos lectores de cómics soñamos cuando comenzaron a hacerse cintas basadas en este medio, una historia madura, brutal y elocuente, cuyas repercusiones futuras están por verse.
Esteban Govea (1988) es un poeta, narrador y guionista nacido en Guanajuato y radicado en la Ciudad de México desde 2006. Tiene licenciatura y maestría en filosofía por la UNAM, con especialidad en estética. Estudió guion de cine en el CCC. Es autor de Sexto sol, La música cósmica y La poética robot, todos ellos disponibles en Amazon.