(Étude)
En medio de su jardín se elevaba, triunfante, una enorme Jacaranda. Jonás se sentía feliz al verla y se sentaba largos ratos bajo su ramaje. Florecía dos veces al año y Jonás celebraba junto a sus vecinos. Comían y bebían; él cantaba y tocaba la guitarra.
Un día, en una de sus fiestas, unos niños lo vieron y, estando aburridos, se burlaron de su nariz y su inflada barriga. Uno de los pequeños comenzó a cantar una rima que los demás continuaron:
“Jonás, Jonás,
tan torpe e incapaz.
Tu nariz es de sapo
y tu barriga crecerás.”
Jonás dejó su instrumento en el suelo y reprendió a los chiquillos. Ellos le dijeron; “¿Cómo es que un tonto como tú nos regaña? Ni siquiera te alegras ni bebes con tus invitados; sólo cantas tontas canciones”. Enojado, los alejó con el brazo. Los niños se fueron riéndose entre ellos y tras esto, fue por una botella de vino y la bebió por completo. Cuando los niños vieron que estaba ebrio lo rodearon para burlarse de él. Él comenzó a notarse desesperado y los pequeños se rieron. Entonces uno de ellos, al que le decían el Monstruillo le dió un hacha que se encontró en su herramental. Con ella se ayudaba para podar su jacaranda y conservarla tan bella y sana como podía.
Jonás tomó el hacha y preguntó al Monstruillo qué quería. El imprudente niño le dijo: “Todos aquí sabemos que eres torpe y nos burlamos de ti por eso; pero ¡ea!, si puedes derribar este gran árbol antes de que caiga la noche podremos ver que eres fuerte y te tendremos respeto”. Él tomó el hacha y comenzó a azotar el árbol con ella. Mientras tanto, los niños reían, le hacían muecas y lo imitaban. Los huéspedes, al ver esto, se asustaron. Tomaron a sus hijos y se fueron. El borracho se quedó solo durante la noche, cortando su jacaranda.
Cuando despertó, Jonás tenía las manos magulladas, se había cortado la pierna y una rama le había golpeado la cabeza. Levantándose, vio a su preciada jacaranda tirada en el suelo, con ramas rotas y flores decaídas. Vio que estaba desnudo y, mientras algunos vecinos lo veían a través de sus ventanas, comenzó a llorar.
El borracho se metió a su casa y se vistió. No comió nada en todo el día y por la tarde se sentó frente el tronco de su jacaranda muerta. Al día siguiente tampoco probó alimento sino hasta la noche. Entonces ses llevó un pedazo de pan junto con un vaso de agua y cenó en su jardín. Volvió a cenar cada noche, mirando como iba muriendo cada flor. A veces lloraba y algún niñato se acercaba para reírse de él. Luego se enojaba y aventaba maldiciones y el niño se iba corriendo. Hizo esto durante mes y medio; hasta que la última flor se había desvanecido en la tierra.
Comenzó después a tomar pedazos del tronco. Tomaba un pedazo y lo esculpía. Una vez, María, una vecina suya, lo vio esculpir en su jardín. Le preguntó qué hacía. El borracho le dijo que aunque las flores hubieran desaparecido, él creía que su belleza seguía oculta entre los restos del árbol. “Yo te vi, violento y malo, el día en que cortaste ese árbol”, dijo ella. El borracho se disculpó, entró a su casa y regresó con una detallada flor de madera. “De todas las flores que he tallado, ésta es la más bonita”, y se la dió a María.
Tiempo después, mientras tallaba figuras en el jardín, María llegó con un pequeño retoño de jacaranda. Le dijo, “mira, Borracho; sé cuánto amabas tú a la jacaranda. Aquí te traigo una nueva”. Él se inclinó para besarle los pies. María se alegró al ver cómo cavaba entusiasmadamente. Cuando María se fue, el borracho hizo una cerca para que nadie dañara al arbolito. Después se sentó y lo vió por un largo rato. Le acariciaba el tronco y las ramas. Pasaba sus dedos por sus diminutas hojas.
Comenzó a comer de nuevo en el jardín. Tomaba dos piezas de pan dulce y un vaso grande de leche. Hizo esto durante años, hasta que llegó el día en que la jacaranda floreció plenamente. Esta vez no hizo un gran banquete. Llevó con él al jardín un pedazo grande de pastel, un vaso de leche y una redonda bola de nieve. Viendo esto, el Monstruillo, ahora más grande, se acercó y le dijo “¡Eh, borracho! ¿Por qué no tomas un cuchillo y cortas ese árbol? Aún está pequeño y después será más difícil”. El borracho no apartó la vista de su árbol y se quedó callado. Acariciaba las ramitas y las hojas. Cuando el joven comenzó a reírse, María salió de su casa. Le dijo “¡Ey, malvivido! ¡Deja a Jonás en paz!”.
Entonces el Monstruillo se fue y Jonás vió a su Jacaranda crecer por muchos, muchos años.