KUÀIZI por Adso Eduardo Gutiérrez Espinoza

Lo ignora, espero no sea poco versado, pues parece como si no supiera en dónde está ahora. Su mente se encuentra en otro lugar o tiempo, tal vez escuchando música en su casa o a sus clientes de la ortopedia. Lo desconoce y lo sé, aunque no se lo digo. Me siento seguro: el conocimiento me permitiría hacer la jugada, aunque no sé, lo admito, qué estrategia aplicar: si jugar o fingir que lo hago.

Me siento atrapado como una araña en un frasco. Salto con todas mis fuerzas contra la tapa de aluminio, puesta por algún estúpido niño; trepo el muro de cristal y, al llegar a la cima, caigo por las sacudidas del crío. Veo sus ojos, siento su respiración y su mueca, las mejillas enrojecidas y sus labios cortados por el frío. Su sonrisa y su respiración me molestan. Estoy atrapado y siento un dios detrás del cielo de aluminio y sus ojos asiéndome desde el cristal.

Supe de su desconocimiento, incluso antes de haber sido invitado para comer sushi. La incertidumbre hizo que aceptara su invitación, básicamente para saber su cantaleta: confío en las primaveras decembrinas, pues el frío ya ha lacerado mi piel. En fin, hace unos minutos comimos nuestro último rollo; verlo comer fue de lo más curioso.

Comía tal británico. Delicado, pulcro y educado, pero no dejaba de ser falsamente adoptado, como esa extraña actitud de reposar el té veinte o treinta minutos —esto después de haber expuesto una cátedra para diferenciar el té de la infusión. Esta actitud la retomó después del comentario de un amigo de Grimsby: le dijo que nosotros no sabíamos tomar el té, pues somos impacientes. Verlo comer era extrañísimo, aunque jamás supo cómo usar los palillos para coger el rollo. Todo en él era tierno, un niño jugando a imitar.

Su porte elegante y delicado me atrajo. Sólo le faltaba unos cuantos elementos para parecerse a los ricos industriales de antaño: el sombrero de copa, un traje afrancesado, el bastón con mango de plata y las botas lustradas. No nació en tiempos equivocados, sino era un amoldamiento del pasado con lo nuevo. La camisa rayada, su abrigo y su perfume lo hacían ver más fresco y pulcro.

Su manera de tomar el rollo no se comparaba con mi torpeza e ingenuidad, a pesar de que el sushi me encanta. Jamás he logrado aprender a usar esos palillos, máquinas elegantes de tortura.

Ignorar el uso de los palillos sólo por ser occidental es no darle el lugar a las otras culturas que tienen su propio peso. A decir verdad, su forma de comer no era reflejo de su occidentalismo sino su ignorancia, lo hacía con las manos y, también por eso, el arroz se le pegaba en los dedos.

Comer con palillos en un barco y con la mano izquierda son tabúes, no he logrado entender bien su porqué. Mi conocimiento no llega a tal y reconozco mi ignorancia. Es a lo que Einstein (supongo) decía, no recuerdo las palabras exactas: desconozco algo que tú conoces y viceversa. Étienne sabía comer con palillos y yo no. Ante la recíproca ignorancia (en distintos ámbitos), puedo decir que estamos a mano.

El sake cayendo por la comisura de sus labios, acompañado con granos de arroz. Sus dedos manchados no perdían la blancura de su piel, única y sombría, las manos que escribían su destino con firmeza. Los chinos habrían llorado de coraje al ver tal torpeza; los niponeses harían un personaje burlándose de los occidentales. Al parecer esta comida no es apta para todos. Aunque sus dedos, Dios, como ahora los veo sobre el césped recién cortado, cobrando vida, sintiendo el suelo, la tierra y provocando vibraciones que molestan a los gusanos. Frustrarse ante la derrota, eso lo hacía ser humano y no una sombra o un espejismo de lo que yo creía.

Esta situación fue un chasco, las meseras vieron mi comer y, burlonas u ofendidas, no se arriesgaron por un falso respeto o condescendencia darme cubiertos. He de aprender de mis errores y esto se ha convertido en mi chiste. Creo que, después de todo, me preocupa la opinión que tienen los demás sobre mí, ya no sé si evidencio mi ignorancia para ser violentado o si me preocupo demasiado.

La mesera nada dijo sobre su forma de comer, seguro está acostumbrada a cuadros de costumbres de aquellos que van a comer sushi sólo para experimentar o quedar bien con alguien más. Más bien, es indiferente, está focalizada en su trabajo.

Espero haberme afianzado en la honestidad y la concepción de lo que no soy ante, básicamente, ciertas situaciones. Étienne, por ejemplo, tiene algo que me falta: coordinación. O, más bien, es una especie de autismo social.

Los dueños del lugar no saben que su fuerte no radica en el tiempo, sino en el sushi. Esto es porque nunca dejo comentarios sobre el servicio: odio escribir tras comer sushi. Si lo hiciera, el cosmos cambiaría y su geometría se volcaría en luces impenetrables, dejándome solo. Como si mi acompañante hiciera lo que más odia sólo para complacerme. ¿Qué es lo que más odia?

«Odio saber que no sé algo y convertirme en objeto de burlas».

«Es una actitud un tanto soberbia ¿no? Sabes que no todo puedes saber».

«Una visión simple de algo que conozco y, en serio, me perturba».

«No eres dios ni una máquina para guardar en discos el conocimiento».

«…»

El diálogo me pareció oscuro ¿lo habré molestado? Algunas veces tiendo a ser crítico o acido con mi humor y no sé si ofendo, mi objetivo jamás ha sido ese. Al parecer, no heredé la diplomacia de mi familia materna. Veo que su mirada cambia, ¿qué es lo que más odio?

No sé si Étienne juega a las máscaras o si es honesto, como lo he sido en este tiempo. Ya salió el conflicto del porqué no he decido a hacer una jugada, pues también ignoro lo que está detrás de la puerta. Una situación equitativa. Veo sus labios moviéndose, canta en voz baja, en un inglés fluido. Muevo mis dedos para sentir el césped y ¿acaso será la misma sensación?

Pagamos la cuenta, a mitades. Caminamos unos cuantos pasos y me detengo para sentarme en el borde de la jardinera, le explico el motivo de mi invitación, escucha atentamente sin pestañear, me siento liberado y reconfortado.

Había escuchado sus problemas, todos los tenemos, unos más pesados que otros, aunque los propios problemas los vuelven más importantes que los de otras personas. Es una simple conclusión hecha con los años y la entendí con las experiencias. Mis palabras, creo, son precisas ante su situación, no se las digo porque no quiero que las escuche, sino me las digo. Sólo un mal día, problemas en casa por una discusión simple —desvelos y la preocupación de su madre, por la obvia salud de su hijo—, en la escuela —la falta de disciplina al levantarse temprano— y problemas con una amiga por unas invitaciones a una fiesta la noche del viernes. ¿Qué hice ese día?: leer y escribir mis Cartas de Navegación sobre lo que me ha pasado estos últimos días.

«¿Sabes qué es perder un viaje a Chihuahua por olvidar?»

«En cierta manera lo sé, por descuido no fui al examen, hace unos años, para ingresar a la Universidad Nacional para estudiar medicina».

«Aunque, pensándolo bien, estudias aquí y no perdiste tu tiempo»,

«“Aquí” es como no estudiar, estoy entre maestros que ponen el pie a sus alumnos».

«Eso en todos lados ¿no?».

Había cambiado el tema drásticamente, siempre lo hace, parece que su mente se desfragmenta en miles de pedazos y cuando uno de ellos entra en contacto con otro y se arma, el tema se toma, pero así como se unieron, se separaron. Es decir, es disperso. Le digo que su semana no fue miel sobre hojuelas, como suele decir mi abuela, pero es parte de la vida, aunque un tanto simplón esos aspectos. En el futuro llegarán otros problemas más complicados de resolver. O, más bien, los hacemos complicados cuando la misma solución se encuentra ahí. Como en mi caso, la solución para aprender a comer con palillos la tengo en mis manos, eso lo sé, pero soy impaciente y dejo a un lado la etiqueta asiática. Mis contrariedades son interesantes. Étienne se complica su vida, pero es joven, como yo, aunque…

Habla como si la vejez ya estuviera en esa chamarra deportiva, adherida en sus pantalones vaqueros y en sus zapatos blancos sucios. Me extraña que deja a un lado su juventud, no quiero entrar en una discusión, pues cada quien camina y viste a su manera. ¿Darse la oportunidad y envejecer con los errores? Odia, teme y no quiere errar, es su principal característica. ¿Lee no para conocer, sino para no errar, sabiendo que los libros son… libros? Por eso prefiere comer con las manos, violentando las normas orientales. Escrito está.

Me da miedo admitir que tengo miedo. Admito que no puedo admitir la frase de Ángeles: “Por qué temerle a la muerte, si no le temo a la vida”. ¡Carajo!

¡Carajo! “Y sin embargo, se mueve”.

«Étienne, ¿sabes cómo es dar golpes de ciego en la vida?».

«Igual que jugar a la gallina ciega, tentando el abismo y la cima».

«¡Increíble!».

«…»

Me sorprende el joven sensible oculto tras el estilo. Comienzo a creer que mi propio conocimiento ha vedado que existe la incertidumbre del mundo, que no la he sabido manejar con cabalidad. Escrito está, aunque las letras no se pueden mirar ahora, ni por nosotros. Tal vez, son esos ojos lo que me hizo verle. ¡Carajo! No sé si piso suelo firme o arena movediza, estoy frente a la sima, esperando no caer o ceder ante mi propia presión. Escrito está.

«¿En qué piensas cuando escuchas o ves a los pájaros?».

«Poesía escrita por la naturaleza».

«¿Y cuando son aves mecánicas?».

«Poesía escrita por el ingenio humano».

«Cuando escucho los pájaros, me recuerda que estoy en un mundo ausente y me siento perdido, o con miedo a andar por los tramos del universo. Mi madre dice que los caminos se hicieron para andarlos, sin importar que estén cubiertos con hierbas o baches, tal parece que temo a pisar el suelo con firmeza, como tú lo haces».

«En cierta manera, levanto la mano para salir de la habitación y fingirme el loco».

«¿Fingir ser el payaso del grupo?».

Fingirme el loco, Étienne, porque el miedo no anda en burro o escribe pétalos en nuestra piel. Muestro el lado cómico de mi ser para demostrar que no tengo miedo. La vida incomoda y la muerte sorprende. Insisto, por ejemplo, quiero besarte, pero no me animo.

«Estoy a la deriva e inocentemente caigo en los huecos, algunas veces me gustaría ser duro e inflexible, como tú».

«Es pura diplomacia».

No sé en qué momento alardeas o la sinceridad brota. Total, ese misterio te vuelve interesante. Un misterio. La diplomacia manejada por mi parentela y ni siquiera sé usarla. Bien, no sé qué es esto, pero tienes algo que se escribe con tus ojos. Sabes lo que haré, aunque me pierdo en los problemas y los alardeos de ser o no ser, mis problemas ya son tuyos, así que un poco de mí se ha adherido en ti. Una invasión, eso es lo que sucede. ¡Carajo, aunque no te guste! Pura diplomacia, dirías. Escucho la canción y canto mientras veo lo que hay detrás de ese muro en tu disciplina o diplomacia. Es simple: ambos sabemos lo que queremos.

«Juego de roles».

«…»

Juego de roles. Cambiar máscaras o fingirme el loco, mis palabras ya no saben a lo que el arroz en mis dedos pegajosos. Tercera insistencia: la cordialidad volcada al carajo, hasta ahora he pensadoo tantas veces carajo, como si estuviera en un barco corriendo de la proa al carajo, llevando en mi mano un plato con arroz o rollos Philadelphia, mientras escucho la Marcha Aréchiga. Es eso o la confusión vuelve. Reescribo y borro, aunque el parque me impulsa o es una magneto para ambos. Por cierto, lo he olvidado.

«¿Cuándo irás a León?».

«Lo desconozco».

«¿Seguro que quieres hacerlo?».

Silencio. Quiero y no, sin embargo, lo hago. Continua el beso en el parque, sin importar la presencia de los demás. Es gracioso sentir el césped en nuestras mejillas, el sabor picante del tabaco —hace años dejé el tabaco por amor al arte: quise estudiar saxofón, pero luego renuncié; había dicho que “el instrumento era demasiado sexy”, cuando di mi brazo a torcer—, la inocencia oculta en sus párpados, la pasión en nuestros labios y nuestras manos unidas entre sí. Silencio, sólo nuestros labios unidos y la humedad entre ellos.

«Los palillos se han hecho para aprisionar los alimentos cuando los últimos son liberados para nuestro crecimiento ¿no te parece extraño esta contradicción? Por otro lado, los cubiertos son más prácticos e inofensivos».

«No entiendo a qué te refieres».

«Sí, por lo regular los palillos están hechos de madera y significan problemas ambientales: son desechables. En cierta manera, es un punto a favor para occidente».

«Aunque seamos expertos en contaminar con las fábricas».

«¿Cuál es el objeto de denostar estos conocimientos?».

«El error más grande es no aprovechar los errores, aunque sea una fábula para un libro de autoayuda o de literatura barata ¿no? ».

Escucho sus palabras con cierta reticencia, no termino totalmente en creerlas.

Todavía tengo el sabor del tabaco, veo sus manos. Recuerdo sus problemas y, en realidad, no son los problemas lo que agradezco, sino su sinceridad. Le dije que tuvo, sí, una mala semana, pero que tuviera la fuerza para resistir y aprendiera de ellos. Por lo pronto, sé que mi respuesta fue agridulce. Lo había abrazado.

«¿Sabes? Algunas veces me siento atrapado y un poco perdido».

«Siento lo mismo, pero mis libros tienden a liberar».

«Como atrapar».

Como el arroz y el sushi.

Como el hombre encerrado en una oficina por horas rompiéndose la espalda para satisfacer las necesidades de la empresa o del jefe, como lo es el trabajar para mis parientes en su ortopedia. Vendiendo y escuchando a los clientes o los pacientes de mi primo el doctor.

Como cocer los instrumentos médicos y coser las heridas, como estar encerrado en una bata impoluta escuchando las dolencias de los pacientes durante mis prácticas en el hospital. Es un encierro, una elevación y una caída. Algo físico. Una araña que salta y golpea contra la tapa de un frasco, intentando salir. Saltando o escalando las paredes de cristal. Escrito está, todo es parte de una supuesta libertad.

Cierro los ojos.

Cierra los ojos, tiemblo. Olvido León y el nombre que me conecta con ese lugar.

Mis labios nuevamente son pinzas y me vuelvo el niño con el frasco.

 

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Adso Eduardo Gutiérrez Espinoza (Zacatecas, 1988). Licenciado en Letras, por la Universidad Autónoma de Zacatecas, Maestro en Humanidades: Estudios Literarios y Candidato a Doctor en Crítica de la Cultura y la Creación Artística. Fue finalista en el III Edición del Concurso Internacional de Minicuentos “El Dinosaurio” (La Habana, Cuba), convocado por el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso y el Centro Provincial del Libro y la Literatura de Sanctis Spíritus; obtuvo una mención honorífica en el V Premio Universitario de Narrativa “Elena Poniatowska”, (Aguascalientes, México), convocado por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Su obra se ha publicado en La soldadera, el ya desaparecido suplemento cultural del periódico El Sol de Zacatecas, en el suplemento La Gualdra; también, ha participado en varias antologías de AlTaller, taller-seminario de Creación Literaria, convocado por la Universidad Autónoma de Guanajuato y auspiciado por el sello editorial Letras Versales.

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