La camarista por Gabriela Cano

Es un relato cinematográfico que disecciona, en primer lugar, la mirada. Cuando percibimos las habitaciones en las que los otros construyen sus oraciones, ven sus series, se bañan a sí mismos ¿Qué miramos? En la mayoría de los casos: sujetos. Y eso nos parece tan cotidiano que asumimos no puede pasar de largo.

Esta película es justo sobre lo desapercibido. Hay un juego, muy serio y cómico, de mostrarnos los pasillos de los lugares que compartimos con otros y como los evitamos aunque les digamos buenos días, tengo un hijo, necesito ayuda. Pareciera que a pesar de la convivencia está en nosotros la necesidad de que se perpetúen en el rol exclusivo en qué los necesitamos.

 

A través de las preguntas que hacemos, a la hora de entrada al trabajo, a la hora de salida está un: llenar las respuestas. No las que nos ofrecen, sino las que son corteses y breves. En las cosas que increpo en terapia siempre está eso ¿Cómo no nos comunicamos a pesar del encuentro que nos ocupa diariamente? En tonos verdes y grises, como las ciudades, está La camarista.

Pero también se tiñe de rojo: en medio de todos los blancos que utilizamos para limpiar, cubrir, cobijarnos, hay un dolor que vamos pasando igual que un vestido que nos queda por igual: la soledad, la precarización, la muchedumbre. Por eso, es posible referir la cinta como una herida. Una que necesitamos que nos ocurra.

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