La chica de las gafas oscuras por Arturo Belane

Ahora caminaba con la chica de gafas oscuras, andábamos sin rumbo y yo me imaginaba que le escribía cosas, ya saben. No quería escribirle porque se estilara así o pensara que de esa manera pudiera caerle mejor ya no digamos quererme. No, yo imaginaba que le escribía, y empezaba a hacerlo al menos mentalmente, porque no podía irse intacta del derrumbe de mi vida si me seguía tratando con esa indiferencia de transporte público un domingo por la tarde, no podía y no se iría intacta de todo lo que le escribiría únicamente a ella. Así lo imaginaba, todo comenzando un día extraño como una historia de amor a lo Palahniuk, un big-bang en la mirada sobre sus armazones negros.

Pienso que una mujer tan joven debería salir más seguido de ese habitáculo que tiene por corazón. De paso salir de mi cabeza donde solitaria fuma y a escondidas. De esa cabeza donde la sueño rehaciéndome al fragor de su silente mirada que se escapa en el último trago de licor. Debería salir más a menudo a imponer ese desorden que le palpita en el pecho y dejarse de sonrisas camufladas y a traición, basta de seriedades simuladas, mejor que comenzara en sus cabellos la revuelta callejera que termina seguramente entre mis dedos.

Al principio quise preguntarle por qué usar gafas oscuras, ella usaba gafas y nunca lentes, igual que yo siempre veía la hora para saber en qué minuto ocurrían las cosas, aunque al momento de recordar las horas jamás aparecieran con precisión. Pero sus gafas tenían un propósito que se solía adjudicar a lo puro de su mirada impertérrita que hería la carne, aunque eso era un efecto colateral que tardé en entender y no tenía relación alguna con la verdadera razón para no quitárselas regularmente. Está claro que no se lo pregunté ni al principio ni después, tuve que inventarme la respuesta provisional de que no quería evidenciar por sus malditos ojos delatores lo poco que el mundo le importaba y eso fue todo.

Ella decía: hablar desde el cuerpo del otro, Supongo que a eso se refieren las demás con hacer el amor, pero en realidad no sé si es lo mismo. No estoy segura si hacer el amor es lo mismo que yo tengo en la cabeza, para mí es intentar descifrar los símbolos del otro tratando de hablar desde ellos, hacerlos propios en donde ya no queda nada que decirse, y ese… Ese amigo mío es mi problema.

En realidad ese no era su problema, sino el mío. Nunca supe hacerle el amor o quitarle las gafas, vivir con incertidumbre en el cuerpo de lo que callaban aquellas lentes oscuras. Simplemente dejé de escucharla recordando el día del big-bang con lejanía para poder escribirle finalmente: darse cuenta que jamás podrías mirarme como yo te miraría siempre descompone el alma, es cierto. Peor aún sigo escribiendo a tus costillas muchas noches, te volviste amuleto para versos y no te dije nada, te robé el crédito de mis palabras, perdóname por eso. Sinceramente no estoy seguro cuando empecé a escribirte para dejar de quererte. No, no me entiendes, no me refiero a escribir para ti, sino escribir contigo entre las letras. No sé cuándo empecé a confundirte con la soledad a la que se acostumbra la mirada cuando se escribe, pero bueno, la verdad es que tampoco recuerdo como inicio el incendio de mi alma, que por cierto ahora solamente chispea cuando se vacía en los poemas que no vas a leer. Creo que es justo no recordar nada de eso, como es justo que no leas nada de esto. ¿Qué le ha importado al fuego los tristes escombros que consume? Mejor así.

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