La felicidad, el América y Jesús Martínez por Juan Mendoza

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Jesús Martínez tiene dos hijos mayores y no tiene contacto con ellos, yo alcanzaba a vislumbrar porqué, era medio odioso al primer trato, me imagino que de padre sería una joya.

Le pregunté si tenía esposa, dudó un rato, le costaba trabajo hablar porque el control de la bebida no es lo suyo, hasta que tras un proceso matemático emocional su cuerpo contestó mudo con un ademán, “no hablemos de eso”.

Lo último que le pregunté fue que si era feliz, o si alguna vez lo había sido. Tras meditar unos segundos me contestó que no, que nunca.

Y he de decir que a ratos Jesús Martínez se me quedaba viendo, luego a la barra, luego otra vez fijo sobre mi rostro como si estuviera teniendo una epifanía o si fuera a hacer una confesión capital, pero había decidido hacía una hora poner mi atención en el televisor, porque el sujeto de del horrible suéter gris siempre termina diciendo la misma estupidez. Era un ebrio decepcionante.

“Pero dibujaba bien” dijo a destiempo, mi mente ya estaba en otra cosa, y agregó que era arquitecto de profesión. El joven tabernero intervino por tercera ocasión para repetirle al arquitecto que por favor pagara su cuenta.

Pedí que me cobraran lo mío y también lo de este sujeto, que se había pasado, entre su rala comunicación, preguntándome si yo no sabía quién era, supongo que porque se asumía como alguien de importancia. Jesús Martínez, que nunca fue feliz, era alguien de importancia.

Pagué. Le devolvieron el anillo que había intentado dejar en garantía. Aún estaba en su caja roja, era de mujer, y quizá el motivo del estado actual del tipo sin pelo.

El barman y la administradora me agradecieron con una cerveza haberles evitado llamar a la Policía, rendir declaraciones, explicarle al jefe y salir tarde en domingo por un adeudo de docientos pesos. A Jesús Martínez, que había fijado la mirada no se donde, se le cayó el cigarro de la boca dos minutos después y se dio cuenta hasta que lo buscó en el cenicero, recordaba haberlo puesto ahí.

¿No sabes quien soy?

Muy a penas se quien soy yo, cuate.

El cuate tenía unos sesenta años, y recibió como respuesta una mentira. De alguna manera me las he arreglado para conocerme, y de alguna manera también lo conozco, porque me conozco, y he visto esa mirada apagada en el espejo.

¿Sabes quien soy yo?

No.

De vez en cuando el señor del anillo giraba los ojos hacia arriba y su frente se arrugaba como el billete hondureño que traía en la mano, con el que imagino que intentó pagar sin éxito.

Me despedí de Jesús Martínez quien en unos segundos sería el único en la barra del McGinnis, pero me tomó del brazo. “No seas culero, invítame una”.

Los meseros que se fumaron el episodio entre pasadas lo miraron pensando que era un cínico. Yo pensaba más bien -desde horas antes- que Jesús Martínez era un borracho desagradable, pero que lo sería más si me lo encontrara sobrio. Solo pagué su cuenta para poder escribir esto.

Sonó el silbato, el América era campeón. Me fui. Para tragedias gratis tenía mi casa.

 

Coda: Mi país sigue en guerra, por eso esta columna se llama así. Estos son los episodios del descanso de los soldados.

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