La música doma a las fieras Por: Moises Campos

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Recientemente, en los lugares públicos de Los Ángeles, California, ciudad donde radico, se ha inundado de personas sin hogar, homeless. Esta problemática social es determinante, ya que en este país este tema refleja la desigualdad del sistema capitalista; es decir, es una problemática que refleja múltiples problemas.

Se sabe de un problema de salud al estar frente a personas que viven en situación de adicción. En ese sentido, la popularización y la accesibilidad económica del fentanilo son la principal causa; sin embargo, ese es solamente la punta del iceberg que se conoce, ya que la desigualdad social también es reflejada por miles de familias que tienen que dejar sus hogares por un tema de especulación en el mercado inmobiliario.

Mientras en México se criminaliza a la juventud, en Estados Unidos se subsidia por un problema de adicción. Estas son las dos caras del mismo problema que produce muerte, y la única diferencia es en qué lado de la frontera te ubiques. Esta es la realidad para millones de jóvenes que tienen acceso al mundo criminal, ya sea siendo forzados por los grupos criminales o siendo consumidores.

Mientras todos estos temas son parte de una lectura global de las personas en situación de calle, en estos momentos los espacios públicos, como parques, plazas y transporte público, son tomados por personas sin hogar. Las autoridades de todos los niveles y dueños de ciertos establecimientos de venta al por menor y de conveniencia, como los 7/11, están usando un sistema de control social que, para la mayoría, resultaría agradable; pero para estas personas sin hogar, resulta un trastorno mental que roza en la exclusión social.

La estrategia es instalar altavoces en los lugares de concurrencia de las personas sin hogar y reproducir música clásica. Para la mayoría de las personas, este fenómeno puede resultar agradable, pero para las personas sin hogar genera otra experiencia. Esta solución social es parte de los estudios llamados de arquitectura hostil o gestión ambiental.

Estos estudios se basan en diferentes elementos que buscan disuadir la permanencia prolongada de las personas sin hogar en lugares públicos. Por ejemplo, en París, por motivo de los Juegos Olímpicos 2024, se decidió instalar diferentes ornamentos en los pisos de las plazas con terminados piramidales para que las personas sin hogar no pudieran instalarse en estos lugares.

Pero, ¿cómo funciona el tema de la música como factor indirecto para evitar la permanencia prolongada en lugares públicos? En este pequeño artículo, intentaremos responder esta pregunta, cuestionando la ética que existe en estos programas y cómo hacen más visible la desigualdad de un sistema.

La música clásica obedece a un sistema neurológico que genera ciertos mecanismos que pueden mostrar tranquilidad, en algunos sueños, relajación y puede estimular la atención. Primeramente, activa un sistema de recompensa en el cerebro con la liberación de dopamina, generando sensación de placer y bienestar. El sistema límbico de nuestro cerebro es el principal mecanismo que procesa las emociones; por tal motivo, podemos inducir emociones profundas como relación, nostalgia o tristeza.

Por último, la corteza auditiva puede reconocer tonos, melodías, ritmo y bajos; esto hace que la música sea envolvente y nos aproxime a una experiencia estética. Pero, ¿qué pasa con las personas sin hogar y cómo se genera un rechazo a este tipo de música?

Tenemos que partir de cómo cada persona se estimula con la música clásica. Si bien cada persona reacciona de manera distinta a estos estímulos, para las personas sin hogar tenemos que considerar sus condiciones iniciales. Reconozcamos que estas personas viven en un estado de hipervigilancia y estrés constante, lo que afecta su capacidad para relajarse y experimentar placer a partir de estímulos reconfortantes, como la música.

Las personas con hogar con estrés crónico experimentan una sobreestimulación en el sistema simpático, responsable de la respuesta de lucha o huida. Esto es reconocido en estudios científicos como una pérdida de capacidad de disfrutar o ser conmovido. Otros elementos generados por las condiciones de los homeless tienen que ver con experiencias traumáticas y recuerdos que la música puede evocar en su experiencia particular, sin dejar de lado la alienación social y la negativa de las personas «normales» al lidiar con un problema social como este.

Música clásica como control social.

Si bien la música clásica ha sido vinculada con las clases altas, ya que son actividades que se disfrutan en teatros privados y costosos, poco accesibles para las personas de a pie, en este sentido, tener esta música en lugares públicos podría verse como una oportunidad de acceder a dicho arte. Para las personas sin hogar, al no encontrar un estímulo de placer, el resultado es un circuito de evitación que disuade la permanencia prolongada en las áreas designadas como espacios públicos.

Si bien esto abre un debate más profundo sobre si este tipo de medidas son éticas y afectan los derechos humanos, esta relación entre la música clásica y las personas sin hogar pone de manifiesto cómo el arte puede actuar no solo como un medio de expresión, sino también como herramienta de disuasión social y exclusión.

En este sentido, si bien existe una exclusión de las clases bajas a la música clásica, el uso disuasivo en lugares públicos genera una doble exclusión para las personas sin hogar al no disfrutarla como la mayoría de las personas. Eso solamente evidencia y propaga el sistema desigual capitalista en el que vivimos.

El fin justifica los medios…

No, y nunca deberíamos sacrificar la ética y los derechos civiles en nombre de la conveniencia social. Si bien es un sistema no violento físicamente para mejorar los espacios, no está respondiendo al verdadero problema que se vive en la ciudad de Los Ángeles. Los problemas son la poca o nula atención a la prevención de las adicciones.

La gentrificación y la intervención de intereses económicos en el mercado inmobiliario han hecho casi imposible que las familias puedan adquirir una casa en el condado. El mercado inmobiliario, que antes respondía en el precio de las viviendas de manera negativa a las zonas populares o con altos índices de criminalidad, se ha disuadido, vendiendo a precios exorbitantes.

Los programas actuales que existen para evitar todos estos problemas no son suficientes. Mientras en las calles se vive la crisis de inseguridad, salud mental y adicciones, y las personas sin hogar. Debemos recordar que el arte, aunque puede generar externalidades positivas en las personas, también abre más las brechas de desigualdad en un sistema donde a las personas cada día les interesa más terminar con este sistema estructural que las perpetúa.

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