Fotografía: cortesía Prensa FIC
“¿Qué piensa usted hacer con este niño para que crezca como un humano?” pregunta Fabián, el drogadicto, miserable y enfermo esposo engañado antes de vender a su hijo, o más bien al hijo de su esposa producto del incesto con su hermano, el profundamente ignorante pero igualmente inteligente y astuto vendedor de tacos de tripa de cerdo y narcotraficante.
Esta vez la compañía guanajuatense Teatro de los Sueños puso en escena durante el XLIV FIC la obra de Hugo Wirth, “La fe de los cerdos”. Pero más que hablar de su actuación, los recursos escénicos y la producción, conviene resaltar las ideas devastadoras contenidas en esta obra y, sobre todo, la reacción de la audiencia ante un hecho que no sólo ocurre sobre un escenario, sino en las calles e incluso en su vida a cada momento, hecho del que es víctima, testigo e incluso agente al decidir ser espectador como ahora e ignorar.
“Los cerdos sí tienen esperanza, son los únicos seres que la tienen desde que nacen. Sólo comen, duermen y cagan. Ellos son felices siempre, hasta en la mierda… y cuando llega el momento de su muerte y les sacan las tripas se niegan a creer todavía sonriendo que su vida acabe así”, dice el personaje más lúcido y valiente, una especie de conciencia-alucinación femenina que actúa y habla desde la mente de Fabián, mujer que fríamente consciente de la miseria que la rodea y que irremediablemente la victimiza, tiene y da coraje al joven físicamente corrompido pero moralmente bueno para cambiar su rumbo de la única manera que paradójicamente lo hundirá más en su estiércol habitual: vengarse, delinquir y matar. Fabián la escucha y obedece, pues él también conoce lo que es no ser hombre sino animal; él ha sido deshumanizado al ser despojado de sus afectos, ideas y voluntad, y quizá eso sea peor que usar su cuerpo como un cerdo cosido con hilo transparente para transportar en su vientre drogas en lugar de entrañas, así como ella y como el bebé del taquero quien siendo un cerdo victimario, despreocupado y sonriente, creía jamás verse caer.
Colgados como cerdos atados de las cuatro patas se hallan finalmente los tres incestuosos, narcotraficantes y violadores en todos los aspectos. Torturados e impotentes como sus tantas víctimas ruegan clemencia a Fabián con gritos infinitos mientras de sus cuerpos se escapa lentamente el líquido vital. Abajo del escenario se oyen risas, las mismas risas producidas por el acoso fanfarrón y altanero de los hermanos hacia una chica, por los golpes e insultos con apariencia de camaradería hacia Fabián. ¿Acaso la violencia, el abuso y la impunidad son un acto gozoso cuando se infligen o cuando se observan? ¿Y qué pasa cuando se padecen? Tal vez la risa sea el escape de la víctima muchas veces obligada a ser victimario, la sonrisa del cerdo ante su deleznable hábitat e irremediable final.