Las sorpresas llegan de todo tipo, las que avergüenzan y las que asombran, aquellas que gratifican y aquellas de las que hubiéramos querido escapar. A mí, en el mismo festival y en la misma ceremonia por segundo año, una extraña mezcla de esas formas de sorpresa se me ha suscitado. Es el tercer día de la edición número 61 de la Feria del Libro de la Universidad de Guanajuato (FLUG) y la entrega del Segundo Premio Jorge Ibargüengoitia de Literatura; en esta ocasión se otorga a Guillermo Sheridan por la importante aportación de su obra ensayística. En la ceremonia de entrega se encuentran dos de los tres jurados del galardón: Juan Villoro y Evodio Escalante. Debo decirlo, fueron ellos tres quienes me tomaron por sorpresa, quienes me agarraron en curva.
Horas antes me encontraba en la Librería de la Universidad de Guanajuato a unos pasos del foro de la FLUG. Esperaba la hora para desplazarme a presenciar la entrega del premio, cuando a pie de calle vi que se aproximaban Juan Villoro, Evodio Escalante y, sí, Guillermo Sheridan. Saludé –escéptico de la situación– a todos quienes en ese momento entraron y entonces recordé la sorpresa de la Feria pasada en la Alhóndiga de Granaditas: también yo estaba a pie de calle a punto de entrar, había terminado una llamada telefónica y, al colgar, una voz detrás de mí, que nunca había escuchado pero sí leído, dijo “¡qué tal!”. Al darme la vuelta, tenía ante mí por primera vez a Juan Villoro, y, sí, me ausenté, me asusté, me petrifiqué. Detrás de él estaba un amigo, quien nos presentó; yo, confundido y alegre, trabado y contento, estiré la mano y luego de despedirse, él de mí y yo de él, lo vi entrar. Me quedé ahí; hubiera querido preguntar a esa señora que miraba qué había pasado.
Una vez evocado eso, vi sentarse en una mesa frente a una taza de café a Sheridan y Escalante, luego vi a Villoro dar vueltas por la librería y luego me vi a mí, esta vez sólo asustado y petrificado. Así sin más, entre la algarabía orquestada por todos los que estaban ahí, lancé una mirada a la mesa de Sheridan y lo vi verme en medio de unas palabras a su interlocutor; me dijo “tú nos puedes ayudar; ven”. ¡Caramba! Sentí cómo mi sangre bajó a mis pies y casi arrastrándolos me acerqué. “Estamos buscando un verbo que se refiere a un proceso de la minería, pero no lo recordamos. No es limpiar o extraer… ¿Sabes cuál es?”. Todavía petrificado, me dije “No…”. Por supuesto que no lo sabía, pero por alguna razón, no sé por qué, quizá un cínico intento de “recordar”, pensé en la mirada. Le respondí a Sheridan, avergonzado, que no lo sabía; él dijo, en un tono fresco y severo a la vez, “no puede ser que no lo sepas y vivas aquí”. Me volví a donde estaba, como viendo desde el fondo de un pozo, aturdido.
Cuando terminó la entrega del premio me acerqué de nuevo a él para que me firmara un trocito de papel, pues no procuré ningún libro suyo. Me preguntó sobre el tema de mi tesis y yo, de por sí aturdido y sin vergüenza, nervioso, pensé en José Lezama Lima y la pasión que me despertó la lectura de su poesía un par de meses atrás. Le respondí que sería sobre ese autor y le mencioné que cuando él preguntó sobre el verbo de un proceso de la minería, pensé en la mirada porque de alguna forma pensaba en un poema del poeta cubano, en un verso que nuevamente no pude recordar cuando preguntó sobre él. Me dijo: “Lezama Lima escribió uno de los poemas más importantes del siglo XX; para la próxima, si te veo, me lo dices de memoria”.
Y sí, lo volví a encontrar –por suerte ese mismo día y sin tener que recitar el poema–. Acudí a comer, como todos los que damos servicio en la FLUG, a la Tasca en la Plaza de la Paz; serví mi comida, comía y trataba de recordar ese verso mientras veía tras la ventana el Edificio Central de la Universidad y el aire y la gente abajo y las montañas atrás y la iglesia… Y sí, ¡por supuesto!, ahí recordé el verso: “Un solo ojo me alcanza / como río de ceniza”. Sentía vergüenza y sentía pena, y ¿era algo? No lo sé, la pura experiencia de esa sensación. Al levantarme –disimulando ignorar que Sheridan estaba ahí–, me despedí de casi todos y alguien me dijo “¿querías una foto con él (Sheridan)?”. Sí, ciertamente la quería y sentí entusiasmo al llegar a su lado, esperando que algo más no fuese a pasar, como preguntarme y no saber, para rematar. Le dije que había recordado el verso de Lezama Lima, se lo dije y me recordó el poema que me había referido antes.
Me fotografiaron con él. Luego de una anécdota muy graciosa sobre el día en que Octavio Paz descubrió que Jorge F. Hernández (huésped e invitado de la FLUG pasada) imitaba su voz, les dije “nos vemos”. Hubiera querido decirle que quizás el verbo que buscaban él y Evodio era refinar, pero ya no me arriesgué a otro posible error y me fui.