Más que un entusiasmo genuino, uno de los móviles que me impulsan en cada espacio que me desempeño es la esperanza permanente de un cambio encaminado a la mejoría. Así de romántico. Por supuesto, esta condición me ha llevado a enfrentarme de cara con las situaciones más decepcionantes. La última, el mundo de la docencia.
Hace un año inicié mi ejercicio como docente, a partir de ese momento, no son pocas las problemáticas que se han presentado. No obstante, más allá de la escasez de infraestructura, la precarización del salario y la inconmensurable cantidad de actividades administrativas, uno de los aspectos que más me preocupan (y que, además, puedo intervenir) es la concepción de la educación desde los preceptos teóricos y la ruptura de estos en la práctica.
Una de las premisas que llevaba conmigo al momento de iniciar fue la educación en libertad, a través del diálogo y sin esa figura autoritaria dueña del poder que hace tanto tiempo es caduca. Aquí ocurrió el primer obstáculo: en primera instancia, los alumnos no estaban dispuestos a tomar en serio a alguien que les preguntara sus opiniones, mucho menos a participar de un aprendizaje colaborativo y horizontal. Aunque aparentemente vivimos una época privilegiada y llena de avances de todo tipo, es un hecho que la educación continúa basándose en métodos decimonónicos como los resúmenes de la totalidad de un libro como evaluación, o bien, el famoso dictado. Por si fuera poco, gran parte de los chicos cuyas notas eran apenas admisibles, han confesado que la mayoría de las clases, en sus anteriores escuelas, eran ocupadas para dibujar. Los casos de rezago apuntan directamente a la indiferencia en ciclos anteriores que puede obedecer a razones tan distintas como la falta de pericia del docente o bien, al exceso de actividades en el aula, que impiden atención personalizada en salas de hasta 50 alumnos.
Respecto a la libertad para realizar actividades, muchas veces los alumnos se quedaron en blanco al escuchar “tema libre”, llegando al grado de frustrarse y perder totalmente la clase. ¿Qué nos hace falta? Los problemas descritos con anterioridad son experiencia en el novel básico de la educación, pero el nivel medio superior no se exime de ellos. La persistencia de un negocio educativo basado en la memorización y la entrega de cuentas a un sistema que no privilegia el pensamiento crítico está arrojando estudiantes desmotivados y poco capaces.
Antes de finalizar este texto, quiero decir que no todo es tristeza y desolación en el mundo de la docencia y por eso debo agradecer a mis alumnos de preparatoria. A través de los cursos de literatura se han generado valiosas conversaciones en torno a temas tan importantes como el consentimiento, las relaciones de poder en que nos inmiscuimos, el feminismo, los mundos posibles que permite la ficción y muchos otros más. Hay quienes se han sorprendido a sí mismos al descubrir su placer culposo por la escritura, otros más han desarrollado sus habilidades para comunicar sus ideas. Disfruto planear los cursos pensando en las puertas que pueden abrirse, en la sensibilidad y empatía que puede generarse mediante el diálogo y la literatura e, indudablemente, en la educación comunitaria, libre y crítica que puede llegar a existir.