LA VIDA EN ROSA Y EL CULTO AL CONSUMO Gustavo G. Romo

/

“La visibilidad de la población perteneciente a una diversidad sexual en Aguascalientes se ha dado a través de un proceso demasiado lento”,

declaró el investigador y catedrático de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, Juan de la Cruz Bobadilla Domínguez, quien dijo además que existe una cultura gay y esta no es otra cosa más que el culto al consumo; es una prescripción forzosa y obligada de cómo se tiene que ser y hacer para encajar dentro de este sistema para que sus integrantes se manifiesten, sujetos a estatutos y mandatos que derivan de la misma cultura de consumo. Esto es lo único que permite una aprobación, se puede ser todo lo diverso que se antoje mientras no se salga del sistema, el cual demanda que sus integrantes sean lucrativos y que proporcionen al sistema, que lo beneficien y que no dejen de consumir.

El mercado rosa es uno de los más importantes en el mundo, hay datos que denotan que si fuera una economía, sería la quinta más importante del mundo, hay un interés muy grande por parte del sistema capitalista, pero el precio de este interés ha castrado, coartado, anulado, toda la parte disidente, reivindicativa de lo que implican las identidades sexodiversas porque las ha hecho objeto de consumo y, como tal, se determina una fecha de caducidad, eso se traspasa a los sujetos  y este proceso hace efímera la misma condición: mientras se es útil al sistema se es bienvenido, por muy variable que sea la sexualidad, pero el día que el individuo no produce es desechado. La juventud es la que tiene la capacidad adquisitiva, el potencial y la energía de encauzar su atención al ocio y la diversión como sus principales actividades.

Juan Bobadilla propone replantear y crear conciencia a los integrantes de la diversidad sexual acerca de dónde quedó aquello de ser diferentes; para él es urgente revisar qué pasó con la colectividad y la unidad, si es que un día existió.         Dónde quedaron las ansias de libertad, de solidaridad, de lucha por tener derechos; descubrir cuándo esto se volvió un mercantilismo y parafernalia en donde se dice que, para ser gay respetuoso, exitoso y visible, se tiene que ser blanco, occidental, joven con un cuerpo privilegiado, tener una buena posición económica y ser un buen consumista; además de tener religión.

Todo se ha vuelto un estereotipo y el gay que no cae en ese patrón prácticamente queda fuera. Dicho estereotipo de gay está muy lejos de nuestra realidad nacional, pertenece a un sector muy pequeño y no tiene representatividad en nuestro país.

Somos víctimas de una norma generada por heterosexuales que nos dicta cómo debemos ser, gastar y pensar; por cuáles derechos se debe pelear y por cuáles no; cómo deben ser nuestra imagen, nuestros ideales, aspiraciones y necesidades.

A mediados de los años ochenta ya había pasado la emancipación de la comunidad gay; sin embargo, con la aparición del VIH-SIDA ésta sufre un gran golpe y pierde lo ganado hasta ese momento. La homofobia y la exclusión se renuevan al asociar dicha enfermedad con la homosexualidad, con un estilo de vida supuestamente degradante y promiscuo, se decía que eso fue el causante de la pandemia como castigo ante semejante forma de pecar.

Esto fue un revés tremendo para la comunidad a nivel mundial, hasta por la misma comunidad, ya que se volvió más frívola y consumista como revancha ante tanto dolor.

Este consumismo provocó procesos de exclusión dentro de la diversidad muy marcados, dejando fuera a los homosexuales indígenas, rurales, analfabetas, a los que carecen de recursos económicos y a los de color, quienes no tienen cabida en la diversidad sexual y se les ve sólo como un fetiche.

El catedrático e investigador se muestra preocupado por saber en dónde han quedado aquellos que han sido borrados, no visibilizados, que no han tenido acceso a ese mundo adquisitivo, repleto de premisas sin trascendencia, aunque reconoce que el consumo es el que define las relaciones en cualquier sociedad.

Otro factor de exclusión es la edad madura, basta con ir a los antros y bares para ver que están destinados a los sectores juveniles y que es muy raro encontrar entre ellos un espacio para gente mayor. Resulta difícil encontrar un lugar de entretenimiento para poblaciones maduras ya que todo está concentrado al culto a la juventud, al consumo, al cuerpo, al hedonismo; abortando con ello al maduro, al que se ha vuelto desechable porque no aporta.

Al sentir el rechazo, el gay maduro no tiene otra opción más que la de regresar al closet, por muy visto que haya sido en su juventud, conforme va avanzando en edad, dejará de ir a los lugares públicos que antes visitaba, dejará de convivir con la gente que antes frecuentaba y poco a poco irá desapareciendo; no es aceptable que un anciano tenga sexo. Esto no sólo se refiere a la vida sexual; desgraciadamente, muchas veces para que una persona, de la diversidad sexual, tenga acceso a los servicios de salud debe regresarse al anonimato, lo cual resulta triste y cruel. La gente obvia no es bien vista cuando se le acumulan los años, no es igual la forma en cómo ve la sociedad a un chico afeminado a cómo es observado un anciano mariconcito.

Estos lineamientos acaban con los adultos mayores ya que lo gay es sinónimo de belleza, alegría, dinero, poder, cuerpazo, espejos y fiesta. No se puede asociar lo gay con arrugas, canas o impotencia. Afortunadamente, la generación Centennials viene muy relajada e inclusiva ante la diversidad sexual.

Historia Anterior

Amarre, amores eternos. Arantza Pol.

Siguiente Historia

El circo en funciones Mariana Perea