La vida era eso por Miguel Toral

La noche en que Llum apareció en mi departamento, supe de inmediato que ya no nos pertenecíamos.  El par de maletas con apenas kilo y medio de ropa olía todavía a una visita oportuna, a mensaje de carretera.
Bebimos tinto barato y comimos sushi, le hablé del tiempo y de todas esas chorradas que sé, le disgustaban cuando estábamos juntos; le mostré mi vida, y ella a cambio me mostró las heridas de su guerra.

Fuimos esa misma noche a pasear del brazo por el puente que atraviesa el Sena. Ella eligió la plática y por supuesto que asentí gustoso de escuchar en lo que se había convertido; no se podía en ese momento estar mas lejos, ni un puente como ese podría hacer que coincidiéramos ahora, pensé.

Le hablé de mis viajes al Peyote y al Cuévano, y esa noche por primera vez dormimos juntos.

Siempre tuve la sensación de que debía dormir con tenis por si a mitad de la noche tenía que correr para alcanzarla.

Nunca más nos volvimos a tener.

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