La vida está hecha de petricor Por Coco Márquez

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¿Has pensado en que hay días en que cada pequeño detalle, hasta el que pareciera más insignificante, nos lleva hacia atrás en medio de un aluvión de recuerdos? Parece casi imposible dejarlos en el compartimento asignado para ellos, donde se atesoran gracias a nuestra memoria.

Imágenes, texturas, sabores, todo lo que nuestros sentidos mantienen y de pronto salta, pero hay uno en particular que muchos señalan como el responsable de mantener más a salvo aquello que experimentamos en el pasado: el olfato. No lo digo yo, lo dice la ciencia —no una sino varias, de hecho.

De pronto sentimos un aroma en particular, casi de pasada, que nos arrastra irremediablemente al ayer, entre esos laberintos de recuerdos tan complejos donde realidad e imaginación se mezclan.

Andamos por la calle, porque hemos de salir de vez en cuando, ahogándonos un poco con un cubre bocas, con el miedo de lo que podría ser… Y entonces pescamos al vuelo el olorcillo de café recién tostado, recién molido, que es que casi tangible y nos acaricia la mejilla, nos hace cosquillas bajo la nariz y tira de nosotros no sólo hacia el cafecito del final de la calle, sino hacia una tarde fantástica de hace varios meses, cuando nos reunimos con amigos para charlar hasta agotar las gargantas, riendo de tonterías, tan ligeros.

Así son los aromas, así son los recuerdos, esos trocitos que nos permiten vivir una y otra vez los momentos en que fuimos felices, en que sufrimos, en que nos morimos de miedo o de vergüenza, en que no cabíamos en nosotros mismos de los nervios y la expectativa, en que la angustia era tal que el llanto terminó inundándolo todo.

La vida está hecha de todos esos pedazos, somos lo que guardamos en la memoria, somos aromas, sonidos, imágenes, almacenados en recovecos secretos de la mente, del alma si quieren.

Hay aromas tan intensos, no por el olor en sí sino por lo que representan, que los asociamos a esos grandes acontecimientos y a veces pensamos en las cosas, en los momentos, como si fueran esencias, así la navidad es pino y canela, la religión es incienso, los cumpleaños son velas apagadas, la muerte son flores… La vida es petricor.

Como muchos, soy de esas personas de lluvia, de humedad, y ese inconfundible olor de la tierra mojada es uno de los que me traen recuerdos de infinidad de momentos, de esos pequeños retazos que construyen la vida, saltando charcos, riendo, viendo las gotas de rocío que quedaron sobre las plantas como pequeñas esferas de cristal aferrándose a las hojas.

Cuando descubrí que había una palabra para definir ese olor no fue la gran impresión, pero sí que me hizo pensar en todo lo que desconocemos y que no sabemos nombrar, como «petricor», en esos detalles que no conocemos o en aquellos que no queremos o no podemos explicar, o entender.

El petricor es una esencia peculiar, es un momento, un conjunto de memorias, de la lluvia que pasó, que trajo consigo más vida, más verde, más trocitos que conforman un todo, una de esas llaves secretas en nuestra bóveda mental donde está todo lo que somos, lo que fuimos, es un aroma ancestral, entretejido en el polvo del que estamos hechos, familiar de una forma que otros pocos lo son.

Puedes probar a cerrar los ojos y oler, nada más, sintiendo la fuerza que tiene esa esencia y cómo te ves repasando tantas experiencias, como si estuvieras bañándote en la lluvia, levantando el rostro para que las gotas laven todo, el miedo, los nervios, el dolor, la angustia, la incertidumbre… pequeñas gotas del cielo con gotitas saladas que vienen de ti, tan catártico que al final sonríes.

Así de maravillosos son los aromas, así conocemos a otros, así nos sentimos atraídos, seguros o alertas, así recordamos. Los olores, como el petricor, son recuerdos y la vida está hecha de ellos.

 

 

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Coco Márquez vive en Guanajuato. Realizó estudios en comunicación, gastronomía y artes. Escritora, profesora y ávida lectora. Viajera y paseante. Amante de la historia, los misterios de la memoria y las largas conversaciones.

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