¿Acaso el sonido proviene de esos seres grises que se expanden y contraen invadidos de pena? Nada hay sino silencio, cuerpo y voz. Las palabras claramente articuladas son italianas, pero no importa lo que digan, el sonido exige contemplación. Siete voces, mas un solo canto perfectamente armonizado y matizado. Veinte individuos y un solo cuerpo escénico que gira, se divide, se compacta o se alarga sin perder su unidad. Coro magistral.
Del “magnánimo Pedro que juró morir” son las lágrimas con piernas y brazos, lágrimas de quien “tuvo poca fe” que fluyen sonoramente en cánones vocales, que resbalan saturadas de tristeza negando todo perdón y compasión. Se arrodillan, se encorvan, huyen, se desploman, se ocultan en sí mismas y su voz se prolonga impecable, autónoma, sin perder volumen o intensidad a pesar de las barreras materiales: la madera del piso, la cuenca de las manos, un abdomen comprimido o la opuesta dirección del canal. Las lágrimas humanas lloran, pero en sus cuerpos no existe rastro de esfuerzo físico; nada hacen más que sufrir en un ininterrumpido movimiento guiado por unos delicados brazos.
Como las gotas de lluvia en un cristal, las lágrimas de San Pedro se separan y reagrupan dibujando múltiples trazos; forman conjuntos numerosos, a veces se mantienen individuales, pero cada tipo de voz se encuentra siempre con su par. Sinfonía de lamentos en todas sus variantes, sinfonía visual.
“Es posible hablar con los ojos”, dice la voz reflexiva de Orlando Di Lasso dentro de estos madrigales renacentistas, y piensa en la mirada del dios crucificado ante su discípulo más amado, como también en los amantes que emergen de pronto del cuerpo gris. “Cada ojo como ágil lengua, como oreja que escucha con atención” y aprende de su señor. “Más crueles son tus ojos que las manos infieles que me pondrán en la cruz”, recuerda Pedro carcomido por la vergüenza eterna.
Oscuridad. Luces frías… luces cálidas… Grises copos de nieve se disuelven hasta el suelo. El miedo de San Pedro es como el hielo; se derrite y se convierte en lágrimas. “Pero sus lágrimas no se secarán aunque el rey del cielo restauró su gracia perdida. No habrá noche alguna en que no escuchará al gallo. Lágrimas nuevas por su antiguo error”.
¿Existe sufrimiento más tormentoso que el de quien no otorga perdón para sí? ¡Qué amarga una vida llena de culpa hasta su fin! “Oh, vida tan despiadada, tan falsa… Te quedas y no quieres irte aunque no te quiera. Vete, vida, no volveré a permitir que me enseñes sobre cobardía”. Las lágrimas se enfrentan en dos filas, mirándose se aproximan, hombre y mujer se funden en un abrazo. Cesa el sonido: hay paz.
Los Angeles Master Chorale
Lagrime di San Pietro de Orlando Di Lasso
11 de octubre de 2018
Teatro Juárez
Fotografía: Bernardo Cid (Cortesía FIC)