En una época donde la tecnología y el presupuesto respaldan a los grandes proyectos artísticos, es difícil encontrarse con obras teatrales que sean capaces de sostener la atención del público a base de puras palabras. Aunque la función que el actor y artesano Luis Villalobos dio el 16 de octubre no careció de elementos significativos para la escenografía de la obra Torno y retorno ocre quemado, dirigida por Alberto Villarreal, lo cierto es que esta pudo haber prescindido de todo ello y mantenerse a sí misma simplemente sobre el monólogo que el artista oaxaqueño ejecutó con tamaño talento.
Los elementos que componen la escenografía son, en su mayoría, lámparas, un torno de barro, una tuba, una silla con una grabadora, llantas, una mojiganga y unos anaqueles donde también reposaban un par de prendas de vestuario: un uniforme de la policía, un escudo de granadero y un sombrero de plumas de los trajes típicos oaxaqueños. El único actor de la obra iba interactuado con tales elementos y los iba cambiando de lugar de forma casi espontánea, pero pronto el publico pudo darse cuenta de que este juego de movimientos tenía un doble propósito: meterle acción al escenario y, lo más significativo, darle refuerzo visual a las metáforas que Villalobos iba evocando con sus palabras a un ritmo casi vertiginoso.
La trama versa sobre la vida de “El grana cochinilla”, quien por ser mestizo pareciera no hallar su lugar, y sus peripecias para convertirse en artesano, recorriendo su vida desde los ocho años, atravesando sus primeros acercamientos al arte a través de las artesanías de barro y tocar la tuba, su temporada trabajando de recadero en la ciudad de Oaxaca, sus altercados familiares y su viaje a Los Ángeles, de donde regresó ocho años después entregándose voluntariamente a la migra para recuperar los restos de su padre, dejando en Estados Unidos a su amante, quien le doblaba la edad, y a una presunta hija, luego transformarse en granadero, a lo que se dedica por un tiempo tras el que termina de retorno a su pueblo natal y se dedica, finalmente y de una vez por todas, a las artesanías de barro.
El guion es un deleite maximalista de oraciones laberínticas que cavilan sobre la biografía de este personaje, con tintes humorísticos tan puntuales e inesperados que ayudan a nivelar la complejidad de su narrativa, a darle un respiro al borboteo de palabras que dibujan una historia fluida que resulta entretenida, también, por ser producto de la perspectiva de un espectador que pocas veces suele alcanzar una voz de narrador: un artesano mestizo del sur del país.
Las palabras que el actor le lanza al público sin parar, mientras manipula el barro en el torno con sus manos, construyen con su sinceridad ciertas certezas brutales, pero estructuradas con el más poético de los cuidados, ello sin transformarse ni de cerca en un discurso pretencioso; el público empatiza con él casi desde las primeras líneas. Al mismo tiempo, el guion sirve como denuncia ante la violencia en México, el narcotráfico y el presuntuoso y alienado mundo del arte, sin olvidarse de recuperar interesantes datos sobre la astronomía y el códice mixteco, en una inteligente fusión de tópicos tan diversos que no sería posible sin una habilidad suprema para concatenar ideas. Esta obra no le pide nada a la narrativa de Thomas Pynchon; a ese nivel tan alto de destreza me refiero.
Esta puesta en escena oaxaqueña es el mejor monólogo que he visto en muchos años de asistir al Festival Internacional Cervantino. Las grandes habilidades histriónicas de Luis Villalobos, así como el dominio y la proyección de su voz, juegan con las palabras de modo tal que construye con ellas, como si del barro en sus manos se tratara, una escultura de todo aquello que necesita decirse, conocerse y denunciarse sobre la realidad de muchas personas, artesanas o no, en nuestro país; una escultura honesta que no está jugando a justificarse con argumentos rebuscados, pues no se está apropiando de nada que no le competa y lo que refleja es de índole tan humana que no requiere de mayores explicaciones.
Torno y retorno ocre quemado
Alberto Villarreal y Luis Villalobos
16 de octubre de 2024
Teatro Cervantes