Al borde de la ciudad, en una comunidad que está suficientemente lejos del centro para que no lleguen los servicios, pero no tanto como para mantenerse alejada de los problemas, Cuco estudiaba el nivel medio con muchas limitaciones y por las tardes ayudaba a su familia en el negocio familiar. No quería salvar el mundo, ni ser reconocido, quería comprarse una motocicleta y “traer” dinero para gastar, muy poco le importaba que la opinión general pensara que “la juventud es el futuro el país”.
Tenía amistades que a sus padres no les gustaban, pero ellos conocían muy poco de sus aspiraciones y de su personalidad.
Cuco ni siquiera tiene un nombre, y su desaparición el año pasado quizá ni siquiera figura en las estadísticas.
Mucho he escuchado que la pobreza es cuestión de decisión, y que basta con “querer” para salir de las circunstancias que nos envuelven.
Nacer en una familia de clase media o clase alta, tener acceso a educación, vivir en una zona urbana y con servicios, tener una pigmentación de piel, tener alternativas y opciones para mejorar nuestras circunstancias, no obedecen a un deseo o a una motivación individual, por más alentador y positivo que parezca; las posibilidades tienen que ver con el azar, y el azar es eso: suerte y no esfuerzo.
Tener cualquier ventaja, incluso para aspirar a cosas “mejores”, es un privilegio que nos permite el azar de nuestras circunstancias. Todos tenemos límites que superar y problemas que afrontar, pero la red que soporta nuestras acciones es suficientemente sólida, para que baste nuestro deseo de mejorar para lograrlo.
No así para quien, en sus circunstancias, aspira a cosas quizá más pequeñas, como los tenis de marca que Cuco compró con un dinero que obtuvo, quién sabe de dónde.
Esas vidas pequeñas son los Nadie, como lo plasma el escritor Eduardo Galeano, que solo sueñan con un día de suerte, uno al menos:
… y sueñan los nadies con salir de pobres,
que algún mágico día
llueva de pronto la buena suerte,
que llueva a cántaros la buena suerte;
pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy,
ni mañana, ni nunca,
ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte,
por mucho que los nadies la llamen…
Cuando una vida pequeña se extingue, su nombre ni siquiera se recuerda, como el de Cuco, que no se llama Cuco y le he tenido que poner ese nombre porque solo me contaron su historia, como un cuento que es lejano a mí, que ni siquiera entiendo, porque está en un idioma que no conozco.
Es duro aceptar que estamos en un lugar, al que llegamos por suerte y no por esfuerzo, y que nuestras necesidades nos acercan más a los Nadie, que a esos ejemplos aspiracionales del joven empresario exitoso, de quien salió adelante a base de grandes proezas, o del caso de quien alcanzó todo lo que se propuso a base de convicción y “ganas”.
Hace semanas no retomaba este espacio de escritura, exactamente justo desde que supe por las noticias que, a un grupo de adolescentes y adultos jóvenes, los asesinó el crimen organizado en un centro de rehabilitación. De ellos conozco su final, pero de sus circunstancias y de sus vidas no sé nada, ni siquiera sus nombres.
Creemos que no tenemos ninguna similitud con esas vidas pequeñas, hasta que un día somos parte de esos Nadie, y como a ellos se nos niegan segundas oportunidades o un día sin más, se nos acaba la suerte de nuestras circunstancias.
Vale la pena pensar en las vidas pequeñas, en las que no tienen nombre y en las que sus aspiraciones a veces parecen poca cosa. Las vidas de personas que en su barrio sueñan con una vida mejor, sueñan con un trabajo digno y una casa propia, en las vidas que buscaban una segunda oportunidad y la sociedad, hostil como es a veces, se los va negando. En las vidas pequeñas que ni sueñan nada, porque nunca han aprendido que se puede soñar. Vale la pena tener presentes a las vidas pequeñas, a los sin nombre, a los Nadie: EMPATÍA, se llama.
Recomendaciones
Para escuchar y ver:
“LOS NADIES de Eduardo Galeano” leído por el mismo autor y disponible en video: https://youtu.be/GrI0xYEndT0
Francisco Márquez vive en Guanajuato, México / Realizó estudios en arte y administración. Especialista en gestión cultural. Amante del arte, la arquitectura y el diseño de interiores. En busca de los objetos singulares. Doctorando de Artes por la Universidad de Guanajuato.
Edición y estilo: María del Socorro Márquez González.