Cuesta llegar a imaginar que no somos la mitad de lo que queríamos ser.
Las decisiones que tomamos o no fueron lo que nos llevaron aquí, lo que no queríamos ser o lo que nuestros padres y allegados no querían que fuéramos. Supongo que un día te despiertas y te das cuenta de que habías defraudado a tu “yo pasado” que quería ser astronauta, doctora, chef o simplemente ser una persona feliz. Un día te despiertas y ese niño pequeño con aspiraciones e ilusiones de ser lo que nunca fue; desapareció, te abandonó.
Me costaba imaginar, personalmente, que la niña de 7 años que quería ser bióloga marina y salvar a los animales marinos, a pesar de tenerle miedo al mar; se había ido. Nadie nos dijo, nuestros padres no nos dijeron que conforme creciéramos las ilusiones irían desapareciendo, los sueños se irían modificando y que terminaríamos abandonándonos. No nos dijeron que ser astronauta era más que llevar un casco en la cabeza. Las decisiones que fueron tomando por nosotros simplemente no tenían espacio para sueños como pilotar un avión, salvar una vida, descubrir nuevas cosas o nadar con animales mientras los salvabas. Las decisiones que no tomamos por nuestra cuenta fueron las mismas que destruyeron los barcos y los aviones en los que íbamos a viajar. Ya no éramos unos niños, ya nos tocaba ser infelices.
Supongo que cuando nuestros padres nos preguntan “¿Qué quieres ser de grande?” Esperan que la repuesta se vaya disminuyendo con el tiempo, ya sabes; si al inicio querías ser bióloga marina al final solo serás una rescatista en una playa. No quiero decir de forma cruda que, no nos ayudaron a cumplir el sueño, pero las decisiones que ellos tomaron cuando éramos niños influyó, también nosotros lo abandonamos. No nos atrevimos a ser aquellos aventureros, aquellos poetas que conquistaban mujeres y vivían de aventuras, el miedo nos ganó.
Nos conformamos porque siempre es más fácil abandonar nuestros sueños que luchar por ellos, siempre es más fácil transitar caminos marcados en un mapa en lugar de inventar uno. Saben, creo que en cierta parte es porque una derrota siempre es difícil, siempre creemos que vamos a fracasar, creemos en todo, menos en nosotros mismos.
Se nos olvido con el tiempo lo que era hacer barquitos de papel, ranas o aviones. Sustituimos nuestros sueños e ilusiones por maletines cargados de obligaciones que no queríamos, que no habíamos anotado en la lista de cosas por hacer. Habían tantos deberes que, debimos abandonar los sueños, para que no pesará tanto nuestra vida. Decidimos abandonar lo que la madurez consideraba innecesario, nos abandonamos a nosotros mismos.
Hicimos maletas para emprender el vuelo con un destino que la mayoría de veces no escogimos, empacamos una lista de cosas que eran necesarias para los demás, si tan solo nos hubieran dicho que el costo era abandonar nuestro casco de astronauta, nuestro avión y nuestro gorro; apuesto que jamás habríamos despegado.
Arte de Ivan Turcin