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Los Cantos de Maldoror | G_lfa

Los Cantos de Maldoror por Ringo Yáñez

En el sendero del lenguaje literario suelen emerger dos caminos; el que se conduce por un estilo propio e irrepetible, y el de la virtud misma de escribir. A lo largo de la historia, entre la tinta fresca y el traqueteo de las máquinas de escribir, han existido seres que andan por un camino u otro, y eso, por estadística, es lo común. Pero, por otro lado, y en contadas ocasiones, tenemos aquellos seres que más que humanos, parecen gigantes, ya que la disposición de su tamaño les permite andar por ambos caminos como si fuese uno solo. El Conde de Lautréamont es, sin duda alguna, uno de esos gigantes de la literatura.

 

Cuando se habla de surrealismo, de la estética de lo horrendo y del claroscuro gótico de la metáfora, aparece de entre las tinieblas Los Cantos de Maldoror, uno de los textos más oscuros y viscerales de la literatura universal. “Quiera el cielo que el lector animoso, y momentáneamente tan feroz como lo que lee, encuentre sin desorientarse su camino abrupto y salvaje a través de las ciénegas desoladas de estas páginas sombrías y rebosantes de veneno”. Lautréamont empieza advirtiendo al lector que está por aventurarse en los cantos de un espíritu imposible de aprehender, una mirada al mundo desde el vértigo de la violencia. Deslizarse por las letras de este texto, supone enajenarse en el delirio del abismo.

 

Imágenes como las de Edipo llorando sangre desde el vacío de sus cuencas, o las crueldades padecidas por el gato negro en el cuento de Poe, son las que dan forma y caracterizan este libro. El temor y el martirio de los hombres que por mala fortuna se cruzan con Maldoror, alimentan un miedo superior al de los cuentos de terror, ya que la otredad es la que suele manifestarse como el enemigo en dichos cuentos, nos entregamos a los escalofríos y a las temperaturas muertas del cuerpo al observar de frente lo desconocido, no porque sea algo monstruoso en sí mismo, sino porque el desconocimiento de lo que vemos nos sorprende todavía más. En el caso de Maldoror es distinto, ya que seguimos al personaje como en una novela de Dickens, sólo que en este caso el personaje no tiene el menor tinte de héroe. Esto nos desconcierta aún más, ya que la línea de la ignorancia que tenemos respecto al enemigo ha desaparecido; nos vivimos en las circunstancias del enemigo, somos el enemigo. Cuando Maldoror asesina a sangre fría y sin escrúpulos, estamos presentes, y no sólo eso, sino que también conocemos las ambiciones y los fines del asesino.

 

Se nos introduce en otra perspectiva de la vida, en la más baja, burda e infernal; lo que consideramos horrendo, inmoral y lejos de ser humano es aquello que cobra belleza desde la poética del autor. El contraste de lo humano se revela ante nosotros, encontramos que los animales nocturnos y los más temidos por el hombre son dignos de amar, nos enfrentamos, como Maldoror, al hombre corrompido y al orden de sus actos egoístas, a su teatro moraloide, así como a su figura divina; Maldoror, de manera sempiterna, ha mantenido una constante disputa contra Dios, una suerte de motor vital. Nos encaminamos en la búsqueda más ambiciosa de Maldoror, dejar de ser un hombre, incluso si esto significara convertirse en un cerdo. El naufragio por descubrir la verdad es lo único que puede salvar nuestra alma, y parece que este supuesto cobra sentido cuando se exalta a la poesía y a las matemáticas como medio para alcanzar dicha verdad. La prosa de Lautreámont es incorpórea, arde con tal singularidad que resulta complejo posicionara en una corriente literaria concreta. Tanto el autor, como Maldoror mismo, poseen el poder de encantar y seducirnos, a pesar de estar frente a escenas grotescas y difíciles de asimilar, nos percatamos en el momento menos esperado que hemos sido seducidos por la retórica de las delicias del mal. El texto echa mano de una dialéctica que danza entre la belleza y lo horrendo, entre la condena y la liberación del alma, entre la vida y la muerte. Dando vida así a una poética que se sostiene por sí misma y trasciende los laberintos del tiempo.

 

Resulta un poco difícil encaminar la imaginación y el pensamiento hacia otra conclusión cuando el camino en el que se anda ya ha sido recorrido por muchas personas más, con esto quiero decir que no es sencillo deslindarlos de las ideas del texto aportadas ya por los críticos literarios y por los surrealistas a fin de encontrar las nuestras. Un gesto temerario sería dar el paso a ciegas e intentarlo.

 

Maldoror encara al hombre por encontrar en él todo un ente irracional, toda una serie de actos de distinto género, menos el humano. Hay un hambre de pecado, de egoísmo y de violencia hacia el otro, una desmedida ambición de apoderarse de todo, un usar máscaras para así poder pisotear al otro y triunfar. “El hombre y yo, encerrados en los límites de nuestra inteligencia (…) en lugar de unir nuestras fuerzas para defendernos del azar y del infortunio, nos separamos con el estremecimiento del odio, tomando dos caminos antagónicos como si nos hubiésemos herido mutuamente con la punta de una daga”. De tal suerte que aquellos no pueden unirse a Maldoror por su condición de bárbaros, ni aquél puede hacerlo por su rencor, por lo cual, no existirá la comunión sino hasta el despertar de la consciencia humana. Maldoror es un asesino en todas sus aristas y no tendría, en la superficie, razones para hacer despertar al hombre con el cual se ha topado y le ha orillado a vivir esta cólera universal, pero su discurso y sus motivos parecen demostrar, aunque en silencio, lo contrario.

 

Podríamos encontrar una simpatía por el protagonista de estos cantos no ya en la crueldad o en su actuar, sino en la forma de concebir el mundo y descubrir que los actos de los individuos suelen teñirse fácilmente de maldad. Al igual que Maldoror, en ciertos momentos de nuestra vida, también hemos querido dejar de ser humanos para poder desentendernos del mal que cristaliza la imagen de la humanidad frente al espejo. Al final de todo, esta imagen no es una sola, sino la de todos nosotros, porque estamos hechos también de los sueños y la mortalidad del otro, nuestro semejante.

 

 

Referencias: Los Cantos de Maldoror. Editorial Premiá La Nave de los Locos. (1988).

 

Ilustración de Santiago Caruso http://santiagocaruso.com.ar/gallery/los-cantos-de-maldoror/

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