Los días después de la euforia por Juan Mendoza

Tras la euforia llega siempre el mundo entero a la cabeza, la resaca, los achaques, la culpa o la meditación, según de donde uno venga. La vejez por sí misma parece antónimo de euforia, y aunque no soy (tan) viejo puedo decir que conozco la vejez de las marchas.

Pensar este tipo de cosas es lo que me hace sentir que lo joven se me ha quitado sin darme mucho cuenta, pero es que uno sabe más o menos cuánto durará un movimiento social dependiendo de dónde se realiza, cuántos y quiénes lo integran, por lo menos en lo local, porque es como una casa, tu casa, donde sabes de qué tamaño es cada pequeño desastre que pasa y cuánto te va a llevar repararlo. La euforia ha pasado y Celaya ha entrado a mar abierto, a merced de lo que sea.

Premisa: deseo con todo el corazón equivocarme en lo que estoy por decir.

Desconozco a ciencia cierta en qué quedó la realidad política de la masa de 14 mil personas protestando en las calles de esta ciudad hace seis días, la mayoría estudiantes de nivel medio y superior; ignoro si tras la movilización se creó algún tipo de organización, alguna clase de comité que se reunirá de forma periódica; ignoro también si aún con la posible ausencia de cualquier clase de asamblea se llegó a trazar una agenda común para continuar.

De no existir nada de lo anterior, entonces el impulso con seguridad se ha diluido y con él llegará la necesidad de otro detonante, siempre lamentable como la muerte de un joven, para revivir la queja social.

Hay preceptos como los anteriores que solamente los insertan en ti el activismo o la vida partidaria, no se puede todo, no es posible vivir sin bandera y tener todo el know how de la protesta social ni cómo sortear las artimañas que se aplican para desarticularla; lo mismo que no se puede tener bandera y pretender adoctrinar a la juventud sin ser foco de sospecha, si alguien lo está intentando desconfíen de esa persona. Nadie aprende en cabeza ajena, y básicamente nadie instruye y bien en política desinteresadamente. Los mejores maestros: más marchas, la lectura y la praxis.

¿Qué le resta a la ciudad? Nada, que sople el viento y ver a dónde vamos. Quizá el aumento tarifario al transporte pueda encender de nuevo todo, y espero que así sea, porque si no el detonante deberá ser como ya dije, otro acto violento.

Hasta aquí la premisa.

¿Cuál es la importancia de mantener vivos estos movimientos? No es la finalidad que existan, no. La finalidad es lo que de ellos surge siempre: la organización popular. La organización popular puede, si no cooptar o crear, sí domar instituciones, ponerlas al servicio palpable, y no a acumular indicadores evasivos.

En este país hay una cierta clase de políticos que consideran como un axioma que la gente no sabe lo que quiere, lo que es bueno para todos, o lo que es necesario, y se escudan en frases del tipo “como la medicina amarga, a veces hay que tomar decisiones impopulares” para encubrir una postura unilateral que en realidad es permanente, salvo cuando la presión es suficiente.

No tendría porqué ser diferente lo que piensan de los estudiantes. La juventud mexicana, que se ha hecho vieja tratando de probar que sí cuenta, hace unos días se puso la mochila otra vez y salió a la calle a lidiar con la rucocracia y su arsenal de descalificaciones.

Hoy ya ha pasado la euforia. Son los días después de la euforia y llega el mundo completo a la cabeza, la resaca, los achaques, la culpa o la meditación, según de donde uno venga.

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