Fotógrafo: Luis Antonio Santiago Fabián
Los panditas de gomita se visten de fiesta, ha llegado el momento de cantar su última melodía, el monstruo de la gula ha decidido condenarlos a morir, la vida se les escurre de sus pequeñas manos indefensas y vacías pues ha llegado el momento de cumplir aquello para lo que fueron predestinados.
El contenido neto se reparte en parejas, el cada uno con su cada cual; más vale morir acompañado ya que así es menos pesada la carga y es más liviana la condena. Se les oye gritar: “El amor es la única verdad, bendito sea el Señor de las Máquinas Expendedoras que nos ha expedido para darnos la libertad de encontrarnos en los ojos del otro”
¿Pero quién es ese que se ha quedado solo?, ¿quién se acuerda del que se ha quedado sin color? A quién le importa el ermitaño, ¡la vida es un carnaval!, ¡hay que cantar!, ¡hay que reír! Mientras la fecha de caducidad aún no nos alcance hay que gastarse la vida que nos resta en los motivos que nos parezcan importantes.
Los panditas viven soñando, sueñan en bellos mundos con simpáticos colores. Los panditas buscan, aun ignorando el objeto de su peregrinaje, buscan un no sé qué, en un no sé dónde. Y es que ellos no lo saben y no soy nadie para decirles, pero buscan a su Sabines para que les susurre al oído palabras de un diablito entristecido.
Los panditas se pierden en las miradas de la gente… Y en el suplicio menos esperado, el verdugo de la gula los condena a morir.