Maldito ingenuo por Ana Hernández

Visitar las calles del centro de Tijuana te convierte automáticamente en un turista. Lo cierto es que, aunque vivas aquí, los vendedores locales te miran a los ojos con el símbolo de dinero; no el que tiene una sola línea atravesada en la “S”, sino el que tiene dos líneas paralelas.

Si por mera convicción te decides a entrar a algún local, de esos que tienen figurillas colgadas en las paredes; soles siendo comidos por lunas, rostros indígenas vestidos folklóricamente, animales pintados con colores vivos como si fueran alebrijes; en el techo ropa colgando que sólo comprarías si tuvieras que bailar voluntariamente a huevo como en la primaria, para parecerte a la coqueta Adelita; y por todos lados objetos hechos de cuero, lo entenderás.

Cualquier precio que preguntes de cualquier objeto se responderá con la pregunta:

—¿En dólares?—, y el vendedor se desilusionará de que no seas pocho, pues resultó que entró un mexicano con pesos que anda igual o peor de jodido que él. Aunque a veces, bajo otras circunstancias no todo está perdido. Los que se encuentran con un puestillo improvisado en la calle no cuentan con el mismo protocolo de descartarte como cliente gabacho potencial.

Tal vez seas un paisano del sur, que vino a llevarse un recuerdo de la loca Tijuana.

—¿Para qué son esas piedritas?—, preguntas.

—Tsss, son de Guadalajara—, te dice. Pero aún no entiendes el por qué deberías llevártelas.

—Las pones en la luz y brillan muy bonito—, intenta convencerte y seguido de eso te da unos nombres que ni recordarás en cinco segundos, pero que suenan tan preciosos como el color y brillo de las piedritas.

Por fin, decides preguntar su valor en pobres pesos mexicanos. Se te hace una tontería que valga un Nezahualcóyotl y lo reflejas, y es ahí cuando el vendedor tiene su segunda desilusión. No eres gabacho ni pendejo. Vives en Tijuana y no eres ingenuo.

Una risilla se te escapa y ya que prosigues a indagar el precio de otros objetos, como una moneda “antigua” de cinco pesos, de repente no suenan tan disparatados. Decides llevarte una, al cabo vale una cifra pero ni tienes cambio. El sujeto la toma y la extiende hacia ti.

—Toma, llévatela, al cabo siempre estoy aquí. Después me la pagas—. Te dice quien quiso verte lo pendejo con una piedrita hace cinco minutos. Eres de Tijuana y no hay pedo, no se le durmió con un maldito turista ingenuo.

Historia Anterior

Café Paris por Juan Maya Avila

Siguiente Historia

Es domingo, gracias y The Nada. por Lorena Galván