Mamihlapinatapai* Por Emmanuel León

Nos despedimos sin querer marcharnos.

Comenzamos a avanzar en direcciones contrarias

mientras las miradas gritaban ‘no te vayas’.

En la garganta, las palabras ahogadas, no hacía falta adivinarlo:

esa noche nos íbamos con el corazón en la mano.

 

Y descubrimos en aquel cielo nuestro refugio,

pareciera que la misma luna conspiró a nuestro favor.

Esta se elevaba con su resplandor, las nubes opacas se disiparon y la claridad prevaleció, calmó el viento y la tranquilidad dominó. Una brisa nos giró como tomándonos de la mano, guiándonos hacia el punto en que nos habíamos encontrado y ligeramente nos arrastró.

Y he aquí que observamos perplejos el hermoso cuadro que los astros nos mostraron, y al bajar mis ojos encontré obra maestra, maravilla de la naturaleza, su mirada fija en mí con esa luz en las pupilas invitándome a no partir.

Y tomó mi rostro entre sus manos y no pensé en huir, nuestros labios se unieron y la magia comenzó. Tan tierno beso, de esos que te hacen ver colores en la noche oscura y fuegos artificiales de año nuevo, de esos que inundan de tranquilidad y sólo puedes dejarte llevar porque sabes que te hace bien, de los que reviven las mariposas y te llevan a volar, a soñar, a creer.

Y me besó y la besé intentando hacerla poesía, pero sorpresa me llevé, me descubrí siendo poema junto a ella y por primera vez en mucho tiempo fui feliz.

 

*Mamihlapinatapai es una palabra del idioma yagán, hablado por los nativos yaganes de Tierra del Fuego. Se traduce como el gesto entre dos personas, generalmente una mirada llena de complicidad, donde cada uno de los implicados espera que el otro comience una acción que ambos desean, pero que ninguno se anima a iniciar*

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