Eran las 5:40pm cuando ella entró por la puerta del bar en dirección al baño. Cuando Max la vio sintió que se adentraba en la cuarta dimensión, la dimensión del tiempo. Y, es que, cuando Max la miraba, se detenía todo a su alrededor para moverse únicamente el pelo de ella, sus labios, la tela de su blusa vaporosa. Seguía pausadamente todos sus movimientos y esperaba a que ella se diera cuenta de que estaba allí, ante su posible desinterés (siempre fingido por ella), él hacía pequeñas cosas como moverse indiscriminadamente o situar su presencia en el centro del campo de visión de ella. Sus miradas se cruzaban entre la muchedumbre venciendo las decenas de vidas que circulaban dentro del local. Max no pensaba que sintiera amor por ella. No se imaginaba haciendo cosas con ella como ir a la playa o al cine juntos. A Max lo que le gustaba era mirarla y sentir la mirada de ella hirviendo adentrándose en sus ojos como dos aves que atraviesan juntas el sol.
Para Max ella era una chica muy atractiva físicamente, sabía que gustaría a casi cualquier hombre, pero no era eso lo que le volvía loco y torpe ante ella. Lo que le enganchaba era su rostro, la habría mirado hasta deshacer su piel. Sus ojos parecían perdidos, veía como sus párpados se cerraban pesadamente sobrepasados por su presencia, unos ojos verde-miel rodeados de pequeñas pecas naranjas. Y una boca siempre titubeante entre la sonrisa y la desolación.
Nunca habían hablado. Max no sabía de qué y ella no quería ser la primera.
–Así es el amor. De las cuestiones que más importan a todos es quién da el primer paso_. Mónica