Max estaba en casa, miraba el móvil esperando un mensaje que no llegaba. Pero ella no tenía su teléfono ni él tenía forma de contactar con ella. El bar. Ese era el único sitio posible de encuentro. En su día libre, Max solo pensaba en ella y su cuerpo.
Max no había tenido una buena semana. Había discutido con sus compañeros de piso por el alquiler, él pagaba más por tener una habitación más grande, pero Julio quería esa habitación y había convencido a todos para echar a suertes el cuarto. A Max le costaba adaptarse y no iba a aceptar cambiar de habitación. Max, pensativo, fijó su mirada tras la ventana cuando extrañado la vio pasar. Sus pupilas se dilataron y su cerebro se reactivó. Pensó en gritarle tras la ventana pero se dio cuenta que no conocía su nombre. Solo tenía unos segundos para decidir qué hacer antes de que ella se perdiera entre las calles. Salió de la habitación en un intento de agarrar con sus manos ese deseo obsesivo que crecía cada vez más por ella y empezar a hacer algo más que divagar sobre su rostro o la forma de su cuerpo. Bajó por las escaleras en su búsqueda, recorrió la avenida peatonal y al girar a la izquierda la vio parada frente a un escaparate, desaceleró el paso y fue guardando la calma hasta situarse al lado de ella.
-¡Hola! ¡Hola!, dijo ella. No había pensado en qué decirle y ahora en silencio, frente a ella, cualquier cosa que se le pasaba por la cabeza le parecía ridícula.
¡Hola! Dijo otra vez esperando que sobreviniera la conversación.
Ella sin perder de vista la mirada de Max buscó en el bolso un papel, sacó un bolígrafo y escribió: a mí también me gustaría conocerte.