Sencillamente dejó de quererla. Descubrió que uno no se enamora o se desenamora por motivos de la otra persona, no. Todo radica en las proyecciones egocéntricas (o de autoestima, ya a estas alturas todo es eufemismo) que cada quien tiene de sí, y que son reflejadas en una masa informe llamada otr@ (informe cuando no se pone uno en el lugar de la otra persona, de ahí que desafortunadamente las mujeres sean tomadas como objetos y no sujetos, por ejemplo). Así pues, Martín dedujo que su caso no era de no amor a Luciana, sino de no amor propio. El cariño – percató el novel literato sin letras – no es más que la idealización que se genera en alguien que potencialmente puede llenar, complementar o saturar el vacío que se posee.
Martín ya había saciado su vacío de la nada, por lo que era ya un inmortal muerto en vida; ya no le afectaba sentirse deseado, detestado, amado o nulo para el resto de la humanidad. Luciana lo ignoraba, pero bien es sabido que el máximo aprendizaje deviene de la experiencia (¿praxis hubiera hecho ella de haberlo racionalizado? Sólo sintió lo intenso de la situación). En este punto eterno de un presente fugaz Luciana se sintió más viva y mortal que nunca, supo lo que es el dolor del alma (que se vuelve físico, cerca a la región media de las costillas) por causa de alguien que quería (¿o quiere? no, lo quería, ahora su nueva condición no le permite querer en tiempo presente, ni mucho menos futuro) pero que ya no la poseía (cuando se es un inmortal muerto en vida, la nada es lo único que se posee). Podríamos concluir que más por menos, o viceversa, resulta en menos, o pueden anularse. En tal caso, y en la vida práctica los negativos como números no existen (no en vano los otros, los positivos se denominan naturales), así como el cero, la nulidad. En parte, por no tener ya alma Martín condujo a que la de Luciana pereciera, que fuera antinatural, una negativa o se anulara como el producto del choque de fuerzas. La música, sin embargo, aquel alimento aristotélico para el alma, sigue sonando y los amantes inmortales muertos en vida (y sin alma, por extensión) la oyen al compás de sus miradas.