Microhistorias del azar por Mariana López

Cuando viajas sólo improvisas (parte II)

Año nuevo en Nueva York

 

Estuve viviendo un tiempo en Nueva Jersey, entre suburbios de casas de verano y paseos solitarios en bicicleta. Fui varias veces a Nueva York durante ese año, pero deseaba experimentarlo en la noche vieja.

 

Un par de días antes del 2016, tumbada en la cama de mi habitación veía los noticieros desbordando imágenes de años pasados en Time Square, fotografías cenitales de miles de personas, me sentí tan cerca y tan lejos a la vez, había perdido la oportunidad de reservar un hostal con anticipación, y un hotel disponible para esa noche estaba totalmente excluido de mi presupuesto, todo el mundo quería una rebanada de la Gran Manzana, y yo también. Apagué el televisor y me convencí de que no era la gran cosa.

 

Por la madrugada me levanté de un impulso, encendí la computadora y compré un boleto de autobús de ida a Nueva York para el 31. Hospedarme en algún sitio no era opción, los amigos que tuve en algún tiempo viviendo ahí, ya no estaban, así que si esta ciudad no dormía, yo tampoco lo haría.

 

Temprano durante el 30 alisté una bolsa cruzada, realmente pequeña, no llevaría una mochila si tendría que andar en bares y restaurantes o caminar con ella en medio del tumulto, al fin, siempre he disfrutado ser austera, así que preparé lo que supuse indispensable:

 

· Lector digital de libros

· Cargador portátil

· Celular

· Cámara Go Pro

· Bufanda extra

· Bragas extras

· Cartera

· Una manzana

 

No cupo más.

 

Llevé puesto:

 

· Botines

· Mallas

· Vestido negro

· Cuello polar

· Abrigo de lana

· Guantes

· Un inquebrantable espíritu aventurero

 

Al día siguiente salí al mediodía, durante el camino intenté leer pero no pude concentrarme, los nervios y la emoción se enganchaban en una imagen de la noche por venir, no me preocupaba el no dormir, sino la soledad, no saber que hacer una vez ahí, me imaginaba deambulando por las calles vacías de Times Square durante esa franja oscura que anuncia el amanecer, en donde sólo queda la basura de los festejos y una especie de silencio frío.

 

Alex

 

Llegué justo en medio de un alboroto por cerrar las calles y un mar de gente que se movía hacia y desde todas partes. Tenía tiempo, así que bajé a tomar el tren, me puse los audífonos y me dirigí a Williamsburg, un barrio joven y ecléctico que me gusta y relaja. Anduve por las calles solitarias, algunas promociones se anunciaban afuera de los restaurantes pero nada me apetecía, estaba nerviosa. Seguí caminando, subí a otro tren, bajé en otro lugar, más cerca de la séptima calle y caminé, caminé con la noche cayendo en mi, con las luces proyectadas sobre el Empire State que se acercaba, y con mi soledad por un lado. De a ratos sentía que todo iba perfecto, la música que escuchaba marcaba el ritmo de mis pasos y supe que todo estaría bien.

 

Cerca de Times Square, a la altura de Bryan Park, fui detenida con un sin fin de personas por la policía, las calles ya estaban cerradas y nadie podía pasar a menos que tuvieran alguna reservación en los edificios que daban hacia el festejo. ¡Demonios! no tuve que haberme alejado tanto —pensé—.

 

Rodeé el parque y al pie de unos escalones me cautivó el calmado semblante de un hombre joven que sostenía su patineta mientras fumaba un cigarrillo, (en ese momento no vi las mallas de caritas felices y amarillas que llevaba puestas) me acerqué y le pregunté cualquier cosa, era una excusa para hablar con él, para tentar a la suerte.

 

Se llama Alex y vive en Los Ángeles, pero estaba de visita en Nueva York. Es videógrafo y como yo, no sabía que haría esa noche. Es amable, tiene una voz suave y una risa aguda. Con los minutos acelerando para el año nuevo, decidimos ir a rodear las calles hasta poder pasar y quedar de frente a la séptima. Corrimos sorteando a la gente, los autos y las indicaciones de los policías. A sólo segundos del conteo, llegamos hasta sabrá cual calle y desde muy lejos, de puntitas sobre nuestros pies alcanzamos a ver la bola caer.

 

¡Happy New Year! todos gritaron y se abrazaron, e inesperadamente Alex me besó, fue cosa de un segundo y yo creo que mi cara fue de tal horror que se disculpó. Detrás de él, cientos de papelitos metálicos seguían destellando y lo abracé: ¡Feliz año, Alex! sonreímos y seguimos caminando.

 

Yo conozco un bar cerca, diferente a lo que podrías esperar de Manhattan. Quizá te recordará un poco a Los Ángeles —le dije—. Llegamos, pedimos un par de cervezas y nos pusimos a bailar, la gente llevaba gafas con el destellante nuevo 2016, sombreros brillantes y toda clase de accesorios alusivos a la noche, fue entonces que me di cuenta de las mallas de Alex, con las caritas tan sonrientes como nosotros y me sentí emocionada de habernos encontrado y poder pasar la noche así, improvisando, siendo fiel a mis deseos de viajar, pese al temor y a mis propias expectativas.

 

Aquella hendidura entre las cuatro y seis de la mañana fue la más difícil, salimos del bar y el frío caló hondo, nos sentamos frente al edificio Rockefeller, contemplamos el árbol de navidad y lo despedazamos con argumentos. No disfrutábamos verlo tan bello y natural  invadido con todas esas luces en medio de aquella ciudad. Por lo menos, esa noche no creímos que estar en medio del concreto fuera su lugar, de alguna forma coincidir en eso nos hizo sentir reconfortados durante el helado amanecer, y ahí estuvimos conversando de todo, titiritando por el frío hasta que la mañana llegó y Alex se fue. Lo vi perderse entre la gente, tomando velocidad en su patineta y se apretó un poco mi corazón.

 

Caminé rumbo a Central Park, paré en una cafetería y en una suerte inagotable, encontré un cama disponible para esa noche en un hostal, me quedaría a buscar una obra de Broadway y quizá a despedirme de Alex al día siguiente, él regresaba a California y yo a los suburbios sureños de Nueva Jersey. En ese entonces, no sabía que sólo unos meses más tarde nos volveríamos a ver justo en la otra costa y que tendría la sorpresa de descubrir los matices de su personalidad y nuestra amistad.

 

Confieso que esta historia la escribo para mi, para no olvidar las fortunas del riesgo pero más importante, la fragilidad de las expectativas, por ahora me basta recordar que todo es temporal; una decisión, una mala racha, algunas amistades e incluso la juventud que nos baña de audacia, sin embargo vale la pena atreverse a decir un hola a quien no conoces, a poner todo tu esfuerzo en elegir el camino que no siempre es el más popular, incluso a equivocarte e inundar de historias tu vida.

 

Foto por Ian Dooley

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