Mirar hacia arriba por Jesús Iván

Ese niño que vende paletas dio en el clavo a justamente eso que buscaban su familia y él. Lo necesario, lo justo, lo fácil. Cuántas puertas habrá tocado, cuántas solicitudes quizá escribió solo para darse cuenta que no era precisamente el ritual burgués de un empleo su verdadera convicción.

No, lo que él necesitaba era el placer inocuo del desvalido y del mediocre, la limosna. Sin embargo, su ego era demasiado grande como para auto mutilarse de la noche a la mañana; “no creo verme tan bien sin una pierna”, se decía mientras se inspeccionaba frente a un espejo.

Después de ataques de conciencia, de moral y de religiosidad su ego obtuvo la respuesta paliativa: “No, en definitiva no me cortaré la pierna, mi estrategia será original”. Comenzó a lucubrar sobre un método creíble, uno que implicara compasión, mas no mutilación.

Justo cuando se echó a la cama ese día, se le ocurrió. No cabía duda que era raíz de su joven intelecto, “de mi astuto cerebro”  decía para sí. Mañana mismo lo ejecutaría.

Subió al primer camión. Su apariencia era non grata a la vista de los acaudalados: descalzo, bermudas que apenas y le quedaba, además de estar roído y manchado de grasa; su playera en igualdad de condiciones y una bolsa de paletas de caramelo. Cual orador experto, disertó al pie de lo estudiado su speech. ¡Eureka! El plan había salido perfecto, en su primera ejecución dobló lo invertido en la grasa y en las paletas que daba como gratificación a la caridad recibida. Definitivamente en esto consistiría su ocupación laboral.

Fue cambiando la ruta periódicamente para hacer más infalible su ataque hacia los “señores pasajeros”. En menos de un mes había recorrido toda la ciudad y su ganancia ya diezmaba. Hasta que aquel día no consiguió un solo peso en rédito. Justo cuando se echó a la cama esa noche le sobrevino:” ¿Qué pasará cuando crezca y me cambie la voz?”, su argumento inocente de ser el mayor de seis hermanos y estar apoyando a su mamá en la “rentaluzagua” pueda no tener igual sentimiento cuando la barba y su voz ronca se dejen venir. “Debo actuar rápidamente”,  se dijo, y sin pensarlo más fue a las vías del tren para aguardar ese pasaporte a la riqueza, el vehículo que le cortaría las piernas.

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