El momento del día en el que tengo ganas de escribir, es cuando mi casa está sola, en silencio y sin nadie molestándome.
Prendí mi laptop, abrí un nuevo documento en Word y comencé a redactar un fotoreportaje que tenía pendiente. Estaba emocionada y bien concentrada. De pronto, llegaron mis padres. Gritaron desde afuera que saliera, hice un gesto de molestia y me dirigí al patio.
Después de unos segundos volví al archivo, seguí escribiendo y comenzó a bajar la luz de la habitación, de un momento a otro se fue por completo. Mis padres entraron a la casa y yo seguía escribiendo, aprovechando la poca carga que le quedaba a mi computadora y siguiendo unas cuantas líneas más, para el texto.
Mi madre estaba en su cuarto, para después salir gritando pidiendo una veladora. Fue hacia la cocina a buscar alguna, fue a mi cuarto a lo mismo. No había. Buscando en toda la casa sólo encontró una vela pequeña, de esas de tocador. Enojada por la ausencia de la luz, remató conmigo y comenzó a alegar que yo sabía dónde estaban guardadas las veladoras y que por gusto, no quería decirle.
Entre el sonido de las teclas de la lap, la escuchaba y posteriormente la ignoraba. Aguanté unos segundos, me levanté de la silla, cerré la laptop y salí de la habitación.
Me senté en el patio donde todavía llegaba poca luz del atardecer. Ya no escuché reclamos. Al parecer mi mamá se calmó, ¿con qué? no sé.
Después de media hora la luz volvió, mi madre prendió la televisión y se acostó cómodamente en el sillón. Abrí nuevamente el documento pendiente y la emoción de hace rato ya se me había desvanecido. Como pude terminé el texto, lo releí y me gustó. Para todo el problema anterior, el texto salió bastante bien.