Hace un tiempo escuché demeritar la cuentística de Amparo Dávila por repetitiva, y he de aceptar que me desconcertó un poco, pues, aunque yo misma he llegado a considerar eso con otros escritores, pero las pocas lecturas de la obra de la autora me habían dejado maravillada. El comentario no había buscado aseverar que los cuentos fueran malos, ni que fueran poco interesantes, sino que era la genuina expresión del por qué alguien, en cierto momento de su vida (pues, en este caso, el parecer había cambiado con el paso del tiempo), había encontrado poco llamativo el participar de ellos.
Resulta comprensible el hecho de que algunas personas encuentren en ocasiones poco atractivo leer la obra literaria de tal o cual escritora o escritor por sentir que “siempre es lo mismo”, que “se repite una fórmula [o una estructura] todo el tiempo”, y que, por ello, poco será lo que se pierda al eludirla.
En el entendido de que no a todos les gustan las mismas cosas (sea por un asunto de afinidad, de perspectivas o de recursos para apreciar), y de que algo de verdad se puede hallar en lo que otros perciben, me fue imposible no reflexionar en qué tan cierta era esa afirmación y qué tanto, de ser así, ofrecía de particular su literatura como para que, por vez primera, por vez segunda o por vez indefinida, se tornara a ella.
Hoy la cuestión se presenta ante mí de nueva cuenta con la lectura de Música concreta y me veo impulsada a compartir, brevemente, por qué me parece que esto ocurre y, sobre todo, por qué este cuento es digno de considerarse un ejemplo de la maestría creativa de la autora.
Música concreta, cuento publicado en el año de 1964 por la escritora zacatecana Amparo Dávila como parte del cuentario del mismo nombre, narra la inquietante historia de cuando Sergio, hombre de cuarenta años, se encuentra, después de casi un año de no verse, con Marcela (íntima amiga de la juventud), quien se ve, sorpresivamente, marchita, desmejorada, ausente y profundamente ensombrecida; su amigo, abrumado por la visible perturbación de ésta, el dolor y la inquietud que eso le provoca, se adentra en un esforzado intento por liberarla del mal que la aqueja: el acosador croar nocturno del sapo, de la mujer sapo con quien la ha engañado Luis (esposo de Marcela y amigo de Sergio).
El final de la historia se da con una repentina visita a la amante de Luis en la que el protagonista, ya no creyéndola una fantasía de su amiga y estando sumamente alterado por la música concreta que lo inunda todo, terminará apuñalándola con unas tijeras del taller de ésta y llamándole a Marcela, antes de llegar al auto de Velia (su novia), para decirle: “Sí, soy yo. Ya puedes dormir tranquila, querida amiga, esta noche y todas las demás noches, el sapo no volverá jamás a molestarte”.
Es innegable que se cumple una fórmula narrativa donde el relato se determina por un personaje que lleva, aparentemente, una vida “común” (Sergio / Marcela) y que, de pronto, se ve trastocado por un elemento extraño, una criatura o una cosa perturbadora-inquietante (la mujer sapo y su croar), que lo afecta y lo lleva a la locura (Sergio en estado ansioso y como agresor de la mujer sapo / Marcela en su estado devastado y de alteración nerviosa que la consume día a día).
Por lo presentado en éste, y en el resto de los cuentos de la autora, vemos que su escritura se inscribe dentro de un horror fantástico cuyo elemento clave es el desarrollo de lo siniestro (la experiencia de una sensación de terror y angustia que surge de la extrañeza y la amenaza ante algo conocido que, con la activación de fantasías infantiles reprimidas o de creencias primitivas, se torna en inquietante, desconcertante y espantoso), dicha fórmula garantiza la posibilidad de proyectar la realidad cotidiana como una espantosa.
La genialidad de la obra se concreta, sí, en el cumplimiento de la fórmula y en el planteamiento coherente y verosímil de ésta, pero también, y sobre todo, en la profundidad del mensaje que se logra expresar por medio de lo figurativo-simbólico del discurso narrativo y lo detallada, propositiva y efectiva que sea la construcción del mismo.
En el caso de Música concreta, lo siniestro no sólo se dará en que lo familiar se vuelva extraño, sino también en el resurgimiento de lo reprimido, la confusión de lo real y lo imaginario, la sensación de angustia y terror y la creación de efectos de abrumación emocional y mental, de acoso, de derrumbe y daño, de ruido que aturde aun en el silencio.
El relato se da a través de una secuencia de diez momentos (desde que Sergio se encuentra a Marcela al ir pasando afuera de la librería francesa hasta el momento en el que va a casa de la amante de Luis) en los que gradualmente la angustia por el daño y la pérdida en Marcela y de Marcela se fijan y se acrecentan en intensidad y presencia, tanto en lo que se ve manifestado en lo físico como en lo conductual en ella y en él, así como en el silencio guardado en el hablar en voz alta y en el inquieto y rumoroso flujo de pensamientos sin freno que experimenta Sergio (con un muy buen logrado uso del estilo indirecto, el discurso traspuesto y el relato de acontecimientos); la repetición de descripciones como “el rostro marchito de Marcela”, “oye el timbre de la puerta, […] vuelve a oír el timbre, […] vuelve a sonar el timbre” o “era como una parte de él mismo […] tan de él, tan su hermana, como un brazo o algo de él mismo así le duele” (y todas las similares) junto con todas las analepsis que se suman con cada momento evocado en sus rememoraciones hechas en el no dejar de pensar en su amiga, y que engrandecen y acentúan el efecto de concentración y anclaje en el problema de fondo que, como señala Marcela, marcaba su existencia: “Vivíamos agazapados, desconocidos, ahogados por el silencio”.
El croar del sapo alcanza al protagonista, porque el silencio, la ausencia, que genera desencadena las palabras, los recuerdos, los sentimientos y los anhelos aplacados, acallados e ignorados por todos y en todos ellos, en los que aman al que ama a otro, en los que huyen, en el amigo o los hijos, en el trabajo o en el viaje a Acapulco o al parque, de la soledad aplastante que la ausencia y la imposibilidad de encontrarse por completo en el otro generan.
La música concreta que sonaba para Sergio, esa música creada por medio de la manipulación y el ensamblaje de sonidos reales, no era sólo la del radio al fondo en el departamento de la mujer sapo, ni el croar crónico de ésta en las noches agobiantes de Marcela o de esa noche mientras le pedía desaparecer a la de la sonrisa entre burlona y despectiva, sino todo el conjunto tormentoso de recuerdos, de lo dicho mudamente y de lo no dicho ni en sus propios adentros. Aunque queda la ansiedad por la falta de certeza en cuanto a si la naturaleza de la amante de Luis era la de una mujer sapo o de si era únicamente la alucinación de Marcela proyectada en Sergio, y sobre si ésta efectivamente murió; lo que sí puede entenderse es que ella los aterraba por medio de la regresión de “las fantasías de la niñez que apartan de la realidad”, se los reiteraba una y otra vez, lo que sabían que había, lo que no se contaban; esto llevó a Sergio a querer quedarse solo y recordar lo que Marcela le había relatado y que lo llevaban al pasado para recordar el canto que decía en una extranjera lengua: “Caminaré solo porque, a decir verdad, estaré solo. No me importa estar solo cuando mi corazón me dice que tú también estas sola”.
Es indudable, entonces, que la maestría de Amparo Dávila radica en la fantástica, inteligente, compleja y profunda forma de provocar la extrañeza y mostrar los miedos y los horrores más instintivos y dolorosos del ser humano sin permitir el escape del lector, pues, por más cifrado que le parezca el mensaje, comprenderá la sensación de desconcierto y el atisbo de algo familiar en la situación; el cuento, por todo lo mostrado, se puede comprender como una obra cuya composición y mensaje son dignos de análisis y reconocimiento; y la reserva ante leer obras que cumplen una fórmula en su escritura, una cosa digna de tomarse en cuenta, pero, también, de ponerse a prueba en el juego de “despertarse de los sueños absurdos y devolverse a la realidad”.
Photo by Jakob Rosen on Unsplash