Hace algunos días un amigo de la secundaria me etiquetó en una fotografía del anuario escolar del 2007. Allí estábamos, mis colegas del salón 31 del Instituto México de Ciudad Juárez, en un papel en blanco y negro, uniformados y mirando a la cámara con una sonrisa adolescente, cada uno en su foto individual. A las cuantas horas el mismo amigo me agregó a un grupo secreto que hablaba del reencuentro, a 10 años de haber egresado de la secundaria, mismo espacio que serviría para compartir experiencias, anécdotas y planear un magistral reencuentro.
Hablamos de una década, y no pude evitar dar un salto mental al pasado, hace diez años, cuando entre mis preocupaciones estaba pasar el examen de admisión de la preparatoria, leer tal o cual libro, y subir de nivel a mi personaje de tal videojuego masivo online. Miré con curiosidad los perfiles de mis colegas; algunos presumiendo sus viajes en sus fotos de perfil, otros casados, fulanito… ¿fulanito?, ¿quién era ese?, ah… medio me acuerdo, mira, a él lo tengo en Face, nunca hemos hablado desde 2010 o 2009. Ah, con ésta otra no he hablado en mi vida acá.
Y en ese salto cuántico hacía una década, me puse a pensar en que la necesidad de elaborar reencuentros responde también al interés por seguir sintiéndonos parte de algo; pulir esa nostalgia a la música, a las modas y a lo que hacíamos en nuestros quince veranos: sentirnos otra vez pubertos dispuestos a revivir esos recuerdos, acordarse de los amores platónicos, hoy renombrados crushes por la retórica millenial, pensar en el juguetito, videojuego o caricatura en boga, en los pasatiempos como esa bárbara costumbre de caminar por 3 horas por los malls con los amigos, dando vueltas, contando chistes, mirando pasar a las beibis, en el ritual de buscar punteros, fondos y canciones para personalizar el myspace, y el meticuloso ejercicio mental que representaba elegir tu top 10 de perfiles. En el proceso complejo de pasar fotos al ordenador, con un cable o un adaptador, en la dinámica de dejar tu rayón, y effear de reversa. Ahorrar los 5 pesos para la hora del ciber, personalizar la paleta de colores del Messenger, las esperas semanales de las descargas de Ares, y juegos como Runescape, Tibia, Conquer, AOE, Hotel Habbo, y otros sitios online.
Decir que el triunfo de las redes sociales y los smartphones generó un cambio de paradigma y nuevos intereses en el imaginario colectivo es una sentencia alarmante y quizás exagerada, una forma de vida tan rápida que nos bombardea constantemente de íconos y figuras hasta el mareo, o tal vez una insensibilización ante cualquier situación que le competa a la condición humana, no sé.
Lo que sí sé es que resulta raro, ver un video de Interpol en vivo, hace 10 o 9 años y sentirlo como una reliquia de los 90, sorprenderse de que hace 13 años sonaba “You´re beautiful” de James Blunt ¡13 años!, o darse cuenta que los juegos del Nintendo 64 y sus gráficas dejaban mucho que desear pero que en ese entonces eran lo máximo, sólo nos hace sentir, a los que crecimos en los 2000s, como viejos; sí, sí, sí, ya sé. Enfrentarse a la generación siguiente siempre es una dialéctica del no ceder. Siempre la música de la época será mejor que la que le sigue; siempre las moditas resultarán incomprensibles para la camada anterior.
Si hoy son los fidget spinners, antes lo fueron los taka-taka, los yoyos; si hoy cualquier app sustituye básicamente todo aburrimiento humano, antes teníamos los tamagotchis, los “gameboys” de 1000 juegos (carritos, balazos, viborita y Tetris); sí, cada generación es una lucha dialéctica.
Hoy vi que en la televisión local mexicana, en el canal de Azteca 7 se trasmitía uno de los episodios de la primer temporada de Pokemón; me sentí en un universo paralelo en algún momento de los 2000. Y digo lo del paralelo, porque hace algunos años se trasmitía en un canal de su enemigo jurado, el Canal Cinco, junto a otras joyas como Doremon, Ranma ½ y demás.
Eso sí, Televisa ha trasmitido Dragon Ball Z por casi 20 años y quizás se siga trasmitiendo. Cuando ese veterano de mi generación, ese programa campeonísimo se termina, comienza “Ridículos Mtv”, un programa tan soso y fingido que da lástima, como su Barra PM que reza un contenido irreverente, fresco y en sintonía con “la nueva chaviza”. Y en esa yuxtaposición, en una época donde el culto a la persona genera que completos idiotas sean influencers, donde la imagen de Mars Aguirre aspirando un condón se viraliza y comparte, ya sea como crítica o como apoyo, donde se reproduce “Despacito” hasta el hartazgo, en esta época sólo nos queda atenernos a nuestra memoria, a nuestra nostalgia; ya después los muchachones de estos años reclamarán su respectiva nostalgia y se enfrentarán al extrañamiento generacional mientras nosotros, los que nacimos en los 90, celebramos que andaremos más allá del bien y el mal. Supongo, creo, espero.