No creo en las heridas accidentales por Mari Pineda

No creo en las heridas accidentales, siempre he sentido que todos sabemos lo que ocasionaremos en alguien cuando tomamos una decisión, todo lo hacemos con alevosía. A veces nos gusta creer que no tenemos inferencia en los corazones rotos de los demás sin embargo la tenemos. Es como una arma con una sola bala, tal vez no queremos dispararle a alguien y matarlo, tal vez solo tenemos esa duda del “¿cómo será hacerlo?” Sin embargo cuando presionamos el gatillo estamos conscientes de que podríamos disparar esa bala que al azar fue depositada en el cargador. El no saber si la bala se disparara o solamente será un tiro en vano no nos libera de la culpabilidad del daño hacia el otro. Lo mismo pasa cuando herimos el corazón de alguien. Tomamos decisiones que aparentemente son buenas para nosotros, pero olvidamos ver por los demás, olvidamos ver la herida que causamos.

No me gustaría pensar que de alguna manera he dañado a alguien, si bien siempre he sido clara con mis intenciones y pensamientos, debemos recordar que todo es relativo. Tal vez en mi cabeza yo fui buena con alguien y ese alguien piense que lo herí, de ser así pido una disculpa de corazón.

Lo que ocurre cuando dañamos a alguien es más que solo hacer una herida, es hacernos cobardes, ya sabes, causaste una herida y jamás la curaste con ungüentos o pusiste curitas. Siempre huimos después de causar heridas a alguien, como algún tipo de asesino abandonado la escena del crimen y siempre me he preguntado ¿Por qué? ¿Por qué jamás reparamos los daños que causamos? Al final del día la única respuesta posible o viable que encuentro es que, no nos enseñaron como reparar las heridas que le hacemos a los demás.

Imaginemos a dos niños pequeños que, tras jugar con un juguete pelean por la propiedad de este. Se arrebatan dicho artefacto de las manos y comienzan los golpes. Nuestros padres siempre querrán separarnos, ya sabes, hacer que dejemos de pelear, sin embargo no nos enseñaron a pedir perdón o siquiera curar los golpes que causamos. Siempre es más fácil huir.

Es justo aquí cuando cambiamos la vida de una persona, tras tener algún tipo de relación y sufrir daño tenemos que curar las heridas que no nos causamos, solos, sin ayuda. Uno de los problemas más grandes de las heridas que tratamos de curar son las secuelas, los efectos secundarios que llegan con la cicatrización. Si bien no nos volvemos locos algún tipo de inseguridad o miedo siempre nos va a quedar, nadie sana completamente, las saturas dejan marcas y siempre son un vivo recuerdo de lo que vivimos. No notamos eso cuando herimos a los demás, a veces solo nos disculpamos esperando escuchar o leer un “está bien” pero las cosas no son así de simples. Después de las saturas, después de los golpes siempre viene la justificación, ya sabes eso que creamos con pretextos para hacernos sentir bien, ya sea del alma o de la mente. Un día decidimos que “pero el no tuvo la culpa” “pero yo no tuve la culpa” en lugar de solo admitir que fuimos dañados y pedirnos perdón a nosotros mismos, tantas veces nos lastimaron y nos acostumbramos a pedir perdón pero, ¿Cuándo nos pedimos perdón a nosotros mismos por las heridas que no nos causamos y nos dejamos provocar?

Al final del día todo es con alevosía, pensando en nosotros mismos, lastimando las personas que fueron integrándose a nuestras vidas. Al final del día no somos nosotros ni son los demás, es el egoísmo.

Tal vez lo que trato de decir con todo esto es, realmente no creo que hayas lastimado lo que era accidentalmente, pero ya sabes, asumiré que si; solo por costumbre.

 

Fotografía: Jinan Sulaiman

Historia Anterior

Piscinas, tenis y belleza: la pintura de Elisabeth McBrien

Siguiente Historia

La ciudad más visitada del mundo por Sandra Fernández