(Versión de Aleqs Garrigóz)
No entres manso en esa buena noche;
la vejez debería arder y enfurecerse al cierre del día:
furia, furia, contra el fenecimiento de la luz.
Aunque los sabios conocen al final que la oscuridad es justa,
porque sus palabras no bifurcaron ningún relámpago,
no entran mansos en esa buena noche.
Los hombres buenos, al pasar la última ola, llorando
por lo brillantes que sus frágiles obras hubiesen bailado en una bahía verde,
sienten furia, furia contra la el fenecimiento de la luz.
Los hombres salvajes que atraparon y cantaron al sol en vuelo,
y aprenden, muy tarde, que entristeció su camino,
no entran mansos en esa buena noche.
Los hombres graves, cerca de la muerte, que ven con mirada cegadora
que ojos los ciegos pueden brillar como meteoros y ser alegres,
sienten furia, furia contra el fenecimiento de la luz.
Tú, padre mío, allí en la triste altura,
maldice y bendíceme ahora con tus fieras lágrimas; te ruego.
No entres dócil en esa buena noche.
Siente furia, furia contra el fenecimiento de la luz.