Nacimos con una lista de cosas que debíamos ser y hacer a lo largo de la vida. Una religión otorgada desde antes de nacer, estándares morales y éticos que cumplir, una lista de “proyectos” que teníamos que tomar; el ir a la universidad y ser un Godín, por ejemplo. Nunca fuimos del todo libres, si bien no nos ataron con cadenas, cuerdas o esposas; si nos dieron reglamentos estrictos que debíamos aprobar para ser idóneos en la sociedad.
Nos enseñaron que ser diferentes estaba mal y se nos juzgó por ello. Nos preguntaron día a día si ya habíamos decidido que hacer para nuestro futuro, si ya teníamos pareja o un lugar para vivir. Se les olvido preguntar si nos sentíamos vivos.
Lo qué pasa con esta identidad otorgada por nuestros padres y sociedad desde antes de que naciéramos es que, muchas de las veces sino es que siempre, no va con nosotros, con lo que queremos o creemos. Los ideales que los demás querían para nosotros no eran posiblemente aquellos que queríamos cumplir, sin embargo ya estaban prediseñados.
A lo largo del tiempo pasa desapercibido, nos adaptamos a hacer aquellas cosas que no queremos o a creer en aquellas otras que dudamos, la sociedad lo hace, tú tienes que hacerlo; eso piensan todos.
Lo intentamos.
Una vez dicho esto procedemos a intentar ser de alguna manera “perfectos” para “encajar” en nuestra sociedad, vamos por el camino que se construyó para nosotros sin embargo no siempre lo logramos.
Un día nos caemos durante la marcha, nuestras piernas flaquean y las metas que los demás consideraban fáciles, para nosotros fueron obstáculos. Caímos una y otra vez, reprobamos materias, rompimos relaciones o amamos diferente y es aquí cuando el precio empieza a tomar factura, es aquí cuando el estrés de toda una sociedad viene en forma de tormenta para ti. Si bien no te acuchillan, empiezan aquellos juicios en los que no cuentas con una defensa e inmediatamente pasas a ser un fracasado, solo porque no hiciste lo que los demás querían que hicieras o vaya, lo que tú querías hacer. Muchas veces queremos tanto ser algo o alguien y tropezamos, nos decepcionamos de nosotros mismos y nos limitamos, nos etiquetamos la palabra “fracaso” en la frente. Cuando éramos niños caímos millones de veces al intentar caminar, sin embargo lo logramos de alguna manera, cuando íbamos en la primaria tartamudeamos y parafraseamos mal al intentar aprender a leer, sin embargo estás leyendo esto ahora con perfecta claridad. Cuando pensamos que no pasaríamos aquella materia en la secundaria y que nuestra vida terminaría ahí, justo en ese momento abriste los ojos y te diste cuenta de que ya habías pasado al otro año.
Nos recordaron tanto que habíamos fracasado en las primeras oportunidades que, no nos dimos cuenta del aprendizaje que esto conllevó.
Está bien caer y no saber a dónde ir, no saber que decisiones tomar o con quién estar, es parte del aprendizaje que te trasformará en lo que realmente eres. Está bien fallar e ir por otros caminos que la sociedad no toma, está bien caer, porque cuando caes, estás aprendiendo a levantarte.
No eres un fracasado, eres alguien que está aprendiendo.