Nosotras por Gabriela Cano

Mi abuela no pudo ir a la escuela. Cuando era niña su padre se fue a Nosédónde (que era un lugar del que nunca regresó) y alguien le dijo que por esa razón ella no tenía derecho a cursarla. Así que, en lugar de aprender a leer o jugar en los árboles de frutas que había en Veracruz (donde nació) se le enseño a lavar y a limpiar y de esa forma podía cuidar de su Mamá y de sus hermanita de la que sólo tiene una foto porque entonces, cuando era su infancia, las imágenes de la memoria se tomaban únicamente en eventos especiales y si tenías dinero. Cuando fue más grande se subió en un camión para Puebla. Ahí conoció a mi abuelo y se juntaron a vivir juntos porque, según dice, la vida se va muy rápido. Tuvieron doce hijos. Entre ellos quería aprender a leer, pero entre las horas de sopa, las  de lavar ropa y ropa no pudo y hubo un momento en que ya no se le hizo necesario. Insistió en que todos fueran a la escuela. Escuchaba siempre la radio. Ahí oía muchas canciones o muchas historias de señores que leían la mente o tenían poderes o eran ladrones pero muy heroicos pero también de ahí oía todas las efemérides y las noticas y hoy, cuando le preguntas algo de su juventud,  siempre lo recuerda. Se sabe los nombres de todos los presidentes y todas las crisis de México y muchas cosas que antes ya pasaban pero que sólo se hablan ahora. Lo que más gusta de mi Abue es que dice que le hubiera gustado estudiar Historia aunque yo digo que cuenta las historias hermosamente. La mayor parte de todo esto me lo contó cuando yo tenía 5 años y escribía mis primeras palabras en una libreta con dibujos de tucanes. Mi papá no se fue a Nosédónde y pude estudiar algo que también implica contar cosas y decir aquellas que no pueden decirse. Por eso, a veces, me es muy difícil pensar que las acciones tienen algo de arbitrario.

 

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