Hace tiempo una amiga me preguntó: ¿Por qué apoyas el feminismo y por qué eres proaborto? Mi opinión tal vez este de más en los millones de artículos y criticas que se encuentran fácilmente en cualquier red social, pero es importante marcar ciertas cosas que me parecen muy importantes hoy en día, darle un enfoque diferente a lo que estamos acostumbradas a escuchar y que por mi experiencia estos últimos meses, me ha hecho reflexionar en ciertos aspectos. Progresivamente han surgido una diversidad de posiciones y proyectos feministas que expresan innumerables demandas de inclusión y reconocimiento, vivimos en una sociedad que aparentemente valora el feminismo como forma de pensamiento y acción política. Sin embargo, no es menos cierto que aún los hombres que se identifican como apoyo al feminismo, esconden con culpa -en el mejor de los casos- los micromachismos que aún pueblan, la posibilidad de transformación social demanda el cuestionamiento a los privilegios históricos (sea por género, raza o clase social).
Desde el día en que crecemos como seres humanos y las personas a nuestro alrededor se dan cuenta, nos empiezan a catalogar como niñas frágiles que juegan con barbies, nos enseñan a sentarnos como señoritas, nos dicen como comer y caminar. Se nos empieza a juzgar por estándares de belleza: niña bonita o niña fea, niña sin gracia, niña que no resalta, entre otros. Hasta que surge algo nuevo: menos valiosas, menos inteligentes y menos capaces que los hombres. Y aparentemente, tenemos menos derecho a la autonomía corporal. Si el cuerpo de las mujeres pertenece a sus padres hasta el matrimonio y la boda o el embarazo marca el traspaso de esa oportunidad al novio, ¿entonces alguna vez el cuerpo de la mujer le pertenece a sí misma? Si no se nos considera con el control sobre nuestro cuerpo entero, ¿Cómo podemos controlar nuestras mentes y sueños? A los hombres se les permite actuar con impunidad, comportarse temerariamente y cumplir todos sus caprichos y deseos mientras se espera que las mujeres lo soporten sin quejarse, por miedo a arruinar su honor y sus prospectos sociales. Cuando empezamos a hablar u objetar dicho trato se nos tacha de histéricas, difíciles y maleducadas. La absoluta falta de respeto por la autonomía de la mujer sobre su cuerpo es un problema sistemático -uno que oprime a un género completo- y que por consiguiente es claramente digno de nuestra atención y tiempo. Por lo tanto, la mujer será o no madre, nadie puede decidir sobre su propio cuerpo.
¿Por qué permitimos que las mujeres sean tratadas así? Las mujeres son importantes por si mismas, no en relación a un hombre. Se nos confieren derechos solo en asociación al patriarcado- como madres, esposas, hijas, hermanas- ¿Por qué no se nos asignan los mismos derechos del hombre al nacer? Y decir que un hombre sabe más de nuestros deseos y derechos que nosotras mismas. Si la sociedad aceptara que las mujeres y solo las mujeres son dueñas de su cuerpo entonces tal vez podrían entender que cuando una mujer habla, sus palabras tienen peso. Nosotras no necesitamos aprobación de ningún hombre, los hombres no saben mejor que nosotras lo que es apropiado y no debería permitirles más culparnos a nosotras, las víctimas, cuando se comportan mal. ¿Por qué las mujeres deben pagar cuando un hombre comete un acto de crueldad? Se nos castiga dos veces: una en la violencia que se nos fuerza a padecer y nuevamente en el silencio que se nos obliga a mantener. No somos culpables de las oportunidades que aprovechan los hombres para hacernos daño, porque no somos invitaciones.
Se nos dice que el lugar de una mujer es en el hogar. Pero ¿y que si nos rehusamos a aceptar eso? Sabemos a lo largo de nuestra historia que las reglas arcaicas se han ido modificado, entonces ¿por qué sigue existiendo esta ideología? Una buena mujer no es la que aprende a cocinar, lavar, planchar y mucho menos la que está obligada a educar sola a sus hijos. Al contrario, las mujeres son revolucionarias y pueden hacer unas vidas audaces, donde se prueben a sí mismas como profesionales, como personas independientes y capaces de alcanzar cualquier meta en sus vidas sin estar amarradas a ideas machistas de lo que debe ser una buena mujer, esposa, hija, etc. Nadie puede decirnos como vivir y nadie puede decirnos los limites de nuestros corazones y mentes.
No es una petición claramente escrita para los hombres, si no que podamos entender lo que es justo para una mujer hoy en día. Saber en qué posición estamos y lo que objetivamente nos merecemos. Nosotras movemos al mundo.
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Mi nombre completo es Renata Valeria Hidalgo Vargas, soy originaria de Irapuato, Guanajuato. Tengo 20 años y actualmente soy estudiante de Psicología en la Universidad Instituto Irapuato. Soy voluntaria en Casa Cuna Irapuato, A, C. que es una institución que se dedica al resguardo de niños recién nacidos hasta los 6 años que han sufrido algún tipo de violencia o abandono, lo cual disfruto hacer porque aprendo mucho de ellos, incluso más que de los adultos. En prepa cursaba el bachillerato de comunicación, donde descubrí varias habilidades que poseía y entre ellas, la escritura. Se me facilitaba expresarme mediante las palabras escritas y fue algo que me ayudaba más a sobrellevar las adversidades de la vida y una manera de expresar mis ideas. Al igual que escribir, me gusta mucho leer, lo encuentro muy entretenido y una forma de ampliar la imaginación. Mis experiencias a lo largo de estos años me han hecho reflexionar desde diferentes perspectivas lo que realmente significa la vida y mi persona, generándome grandes esperanzas de ser, en un futuro, la persona que siempre he querido ser.